Aire, aire

La casualidad ha querido que se encontrara uno en el puente de las Artes de París cuando gendarmes y empleados de la municipalidad retiraban los candados que durante más de diez años han ido colgando de su pretil miles de parejas de todo el mundo. Desde una y otra orilla policías y periodistas, transeúntes, aborígenes y turistas, mirábamos curiosos aquel quirúrgico trabajo de ir quitando uno a uno con grandes cizallas los candados de marras, símbolos del amor.

¿Del amor? Veamos. Parece que todo se originó en cierta novela de Federico Moccia, Tengo ganas de ti, en la que sus protagonistas prendían un candado en el puente Milvio de Roma, como testimonio de su compromiso. Como lxs púberes propenden a la gesticulación y a los arrebatos que suponen románticos, hicieron causa común con los personajes de la novelita, y un buen día empezaron a verse los primeros candados en el puente de las Artes y en otros puentes del mundo. Decía Baroja que el carlismo se cura viajando. Hoy día nada circula tanto, tan rápido y tan seguro como una tontería bien publicitada.

Han quitado las 45 toneladas de candados que amenazaban con hundir el puente

Asistimos también al comienzo de aquella moda. Algo curioso: recuerda uno que al principio la gente tendía a poner su candado junto a otros, con timidez, tal y como hacen las abejas que quieren formar enjambre, tal y como ocurre en las playas con los bañistas. Llega una pareja a una playa vacía de ocho kilómetros, extienden su alfombra y sus cuerpos y se aprestan a oír en silencio cómo el mar va pasando las olas en el gran libro de arena, pero al cabo de un cuarto de hora columbran a otra pareja de bañistas en lontananza. Caminan hacia donde ellos están. Piensan: se detendrán antes. Pues no, instalan su cháchara justamente al lado. Parece que es este un comportamiento muy estudiado en tercero de Psicología. Al ver aquellos pocos candados, uno vaticinó: “Esta bobada no va a prosperar”. Hace dos semanas han decidido quitar las 45 toneladas en que se estima el peso de unos candados que amenazaban con hundir el puente, y el aire ha vuelto a circular entre los barrotes. La metáfora del candado en la ciudad del amor libre (¿pero es que hay algún gran amor que no lo sea?) era además desafortunada. Los únicos candados relacionados con ese asunto eran los que se ponían en los llamados cinturones de castidad. Y eso en París no es que sea un atentado contra la libertad del amor, sino una estupidez.

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