Alquilar un vientre

Quienes tenemos el privilegio de gozar de un espacio público como este para expresar nuestras opiniones, tenemos también el deber de comprometernos y hablar a veces sobre ciertos asuntos espinosos. Hoy me toca a mí expresarme sobre uno de esos temas que están en debate. Me refiero a los vientres de alquiler, o la gestación subrogada, algo tan complejo y que atañe a tantos sentimientos que, créanme, asusta un poco manifestarse sobre ello en un artículo tan limitado.

Entiendo por supuesto el ansia de alguien por ser madre o padre y la frustración que debe de crear la imposibilidad de serlo. Ahora bien, no pienso que todo valga para llevar a cabo un deseo, ni siquiera uno tan lógico y humano como ese. Nuestra propia ética, nuestro respeto a los otros, debe imponer límites a las infinitas posibilidades de comportamiento y de acción que se abren casi siempre ante nosotros.

A quienes quieren y no pueden tener hijos, debería bastarles con la adopción

Y no, el deseo de tener un hijo biológico no justifica desde ningún punto de vista la utilización del cuerpo de una mujer como recipiente para gestarlo. No desde luego cuando la inmensa mayoría de esas mujeres, por no decir la totalidad, son personas sin recursos, obligadas a hacer lo que sea para sobrevivir. (Otra cosa es la hermana o la amiga que se prestan a ayudar).

El anhelo de perpetuar nuestros genes a través de nuestra descendencia es algo absolutamente natural. Diría que, incluso, obligatoriamente natural: si no sintiéramos esa necesidad, la especie humana se habría extinguido. Pero, más allá de ese instinto elemental, creo que el hecho de tener hijos biológicos está sobrevalorado en nuestra cultura. Para empezar, porque nadie nos garantiza que los genes que les transmitimos sean los mejores. Y, para seguir, porque incluso los mejores suelen ser bastante defectuosos.

A quienes quieren y no pueden tener hijos, debería bastarles con la adopción. Lo maravilloso de tener un hijo no es poner un clon nuestro en el mundo, sino poder arropar a una criatura desprotegida y acompañarla en su vida. Da igual que tenga o no nuestros ojos, con los que, por cierto, puede llegar a mirarnos con odio, por mucho que compartamos la sangre. Si entendiéramos eso, y si las leyes facilitaran además la siempre farragosa adopción, no haría falta que algunas mujeres pobres cedan durante nueve meses sus vientres para que algunas mujeres y hombres del mundo más rico se beneficien de ello. Y créanme que lo lamento si alguien se siente herido por estas palabras.

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