El barbero

Cuando algunas mujeres vuelven de la peluquería, una de sus frases habituales es: “Fíjate cómo me ha cortado el pelo. Le he dicho que esta vez me lo dejase larguito y mira: ¡me ha dejado pelona!”. He escrito “algunas mujeres”, ojo. Que no digan que generalizo. Con los hombres pasa menos porque, en general, cuando deciden qué corte quieren, lo mantienen durante años. El barbero ya conoce tus gustos, y la posibilidad de equivocarse es mínima. Con lo que cuesta encontrar uno que te entienda, no vas a cambiar de corte cada vez. Yo llevo años yendo al mismo por dos motivos: por lo dicho antes (ha captado qué quiero exactamente) y porque, a diferencia del anterior, no se pasa todo el rato con un ojo en el televisor, siguiendo las tertulias, con el riesgo de que acabe cortándote una oreja. Solucionado eso, sólo falta aplicar la máxima del prestigioso industrial textil Nacho de Sanahuja, que, cuando le preguntan cómo lo quiere, responde:

Dice el refrán: ‘La gracia del barbero: se queda con el pelo y el dinero’

–Rápido y en silencio.

Lo de rápido tiene sentido, porque a veces te pasas una hora en la butaca y la cosa podría ser más ágil. Deben de ver demasiadas películas de esas que duran tres horas cuando con hora y media hubiese habido suficiente. Y en silencio porque, aunque ya no se estila lo de preguntar de qué desea la conversación el señor cliente –“¿Fútbol, toros o política?”–, a veces muestran compulsión por largarte monólogos sobre el bien, el mal y la forma en la que debes cocinar la tortilla de patatas.

Todo esto viene a cuento de que, como siempre, en todo hay excepciones, y algunos hombres que van a la barbería no escapan a ellas. Hace unos días, en Alicante, un tal Víctor Encabo fue a una “para cortarme un poco el pelo”. Según explica en la prensa, busca empleo y considera –no le falta razón– que en una entrevista tu imagen es esencial. Cuando vio el resultado se quedó helado: “Me lo cortaron demasiado, y me dejaron lleno de trasquilones. Estoy seguro de que quien lo hizo era un aprendiz, y no era para nada lo que yo les había pedido”.

Pidió las hojas de reclamaciones. No tenían. Se fue a la oficina de consumo. Le dijeron que su queja no tenía sentido y que fuese al juzgado. Fue al registro del Ayuntamiento y denunció a la oficina de consumo por no aceptar su queja. Allí le hicieron la gran pregunta: “¿Cómo se valora si un corte de pelo está mal hecho?”. Víctor Encabo, búscate un barbero que te entienda y nunca en la vida te separes de él.

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