Basta ya

A veces desayuno en una cafetería que comanda una señora la mar de simpática que, a la que puede, me explica siempre que su hija es callista podóloga, que vive en Berlín y que está muy bien considerada. Bueno, me lo explica a mí y a quien se le ponga por delante. Seguro que cada vez cree que nunca antes lo ha explicado, pero les juro que, al menos en mi caso, como mínimo lo ha hecho en cien ocasiones, sin exagerar. (Exagerando: mil o diez mil.) Sea lo que sea que le pidas –un bocadillo de anchoas, un café o un helado de tamarindo–, siempre encuentra la forma de insistir en el asunto:

–Pues mi hija es callista podóloga y vive en Berlín. Está muy bien considerada.

Qué tiempos aquellos en los que era el cliente quien explicaba sus cuitas al camarero

Tanto da que la palabra podóloga haya acabado sustituyendo en buena medida a la vetusta callista. Ella siempre dice las dos, una tras otra: que quede claro. En parte entiendo que repita lo que ya ha explicado porque, desde que soy viejo, yo también repito cosas que ya antes he explicado y, cuando me lo recuerdan, pienso que ya estoy fatal. Pero antes olvidaré el nombre de mis abuelos que el oficio, la ciudad en la que vive y la consideración en la que tienen a la hija de la señora de la cafetería. Y estoy convencido de que, si un día, por aquellas cosas de la vida, la conversación deriva hacia la cuadratura del círculo, por vericuetos admirables se lo montará para volvérmelo a contar:

–Pues mi hija es callista podóloga y vive en Berlín. Está muy bien considerada.

Antes era el cliente el que iba al bar y explicaba sus cuitas al camarero, que aguantaba con paciencia y resignación confesiones que le importaban un pito. Ahora no. Imagino a Robert Mitchum... (No, Robert Mitchum, no, que muchos jóvenes ya no saben ni quién es.) Imagino a Joaquin Phoenix acercándose a la barra de madera de un buen bar, de esos con anaqueles inacabables repletos de botellas tentadoras. Tras pedir al barman un whisky (o dos, o tres), de repente, sin levantar la mirada del vaso le confesaría:

–Mi mujer me engaña y estoy pensando en suicidarme.

A lo que el barman respondería:

–Pues mi hija es callista podóloga y vive en Berlín. Está muy bien considerada.

Ya, sin más, Joaquin Phoenix sacaría su revólver del bolsillo y se pegaría un tiro.

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