Basurilla virtual

Hemos hecho, y mantenemos gustosos, una sociedad virtual. Al día siguiente de conocerse los resultados del Brexit, muchos de los que habían votado a favor de la salida de Inglaterra de la Unión Europea pedían un nuevo referéndum, como la repetición de un gol, descontentos, sorprendidos y en cierto modo irritados por un resultado del que sólo ellos eran responsables. No creían que la cosa fuera tan en serio. Volvió a suceder en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Los que se quedaron en casa para no votar a Hillary Clinton, finos analistas políticos, no podían creer que, contra todo pronóstico, hubiera ganado Donald Trump. Ah, si se les diera una moviola, esa vez acertarían. En vista de que el tiempo es una máquina inexorable, y no pueden volver atrás, ya todo lo fían a un error de Trump o un impeachment que ponga fin a la partida de manera satisfactoria para el jugador.

Vivimos en una sociedad donde parece que nuestras acciones no tienen consecuencias

La vida como un videojuego. Alguien ha patentado uno que simula los quince minutos previos a un atentado etarra. En él, el jugador puede adoptar todos los puntos de vista: el del guardia civil, el de la víctima y el del asesino etarra. La parte de la sociedad no idiotizada aún del todo o con memoria de lo que ha sucedido en el País Vasco en los últimos cuarenta años ha reaccionado desolada. El autor del vídeo ha declarado que no lo ha hecho con mala intención, pero anuncia que tras la versión inglesa, vendrá una en vascuence y otra en castellano. Maite Pagaza, hermana de un asesinado por ETA y una bellísima persona, intervino en el debate: “Quiero creer que ese chico no lo ha hecho con mala intención, pero es tremendo que alguien piense que es lo mismo morir que matar”.

A ese joven, sin duda aún en minoría de edad mental, habría que explicárselo con otros ejemplos: un videojuego con los quince minutos previos a una violación, para que el jugador experimente lo que siente la víctima y el violador, etcétera. Sí, hemos logrado vivir en una sociedad en la que parece que ninguna de nuestras acciones tendrá consecuencias morales, políticas, humanas. Podremos, en el último momento, apretar un botón, dar marcha atrás y hacer que la ficción suceda de otra manera más a nuestro gusto. Todo antes que reconocer que en la realidad nos hemos convertido en basurilla.

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