La cafetera

Antes de la llegada de las máquinas de café a base de cápsulas, lo que la mayoría de los seres humanos usábamos en casa era la cafetera italiana, llamada cafetera moka en el país transalpino (¡qué gozada escribir “transalpino”, como los finolis!). Es un invento que quizá pronto vuelva a reinar en el mercado. En Hamburgo, por mucho que George Clooney las recomiende, el Ayuntamiento ha vetado el uso de cápsulas de café en los edificios municipales porque son de plástico y aluminio, contaminantes y difíciles de reciclar, y esa tendencia sostenible y contraria al heteropatriarcado se propagará a toda velocidad.

Desde lo alto de la cafetera italiana, ochenta y tres años de historia nos contemplan

La cafetera italiana la creó, en 1933, el señor Alfonso Bialetti. En ochenta y tres años de historia apenas la han modificado y ocupa lugar de honor en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, eso que ahora llamamos MoMA por imposiciones del marketing. A mediados del pasado mes de febrero, a los 93 años murió el hijo de Alfonso Bialetti, Renato Bialetti, que en los años cuarenta tomó las riendas de la empresa paterna. En 1947 empezó a exportar su cafetera y consiguió que triunfara en el mundo entero. Con él al mando, la empresa se consolidó. Hace unos días, en el Corriere della Sera leí cómo fue su funeral. Tuvo lugar en una iglesia del Piamonte, su tierra natal. En la foto que ilustra la noticia se ve un altar y, tras él, un sacerdote con hábitos blancos y una estola de color morado. En las manos tiene un libro abierto que cabe suponer que es la Biblia. Llegaron a la iglesia los tres hijos de Renato Bialetti con una cafetera de tamaño grande (con capacidad para preparar 24 tazas de una sola vez). Dentro, las cenizas de Bialetti. La pusieron en el altar. Sentados en las primeras filas, sobrinos, primos, industriales de la zona, autoridades locales y obreros que trabajaron en la empresa. Ninguna risita. El cura ofició el funeral de forma impecable y, una vez concluido, los hijos del finado se llevaron la cafetera. Aquí acaba la descripción del funeral, pero calculo que, tras el rito de enterrar o tirar al mar las cenizas –espero que con más fortuna que en aquella secuencia gloriosa de El gran Lebowski–, los asistentes irían todos a la casa familiar, pondrían café molido en la cafetera (sin lavarla, claro está) y se prepararían unas tazas. “Piano, piano, come ‘manda’ la tradizione”. Vaya italiano macarrónico el de ese eslogan, por cierto. Como para fiarse de esa marca de café.

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