Camarero, por favor

Hará dos décadas se puso de moda entre ciertos camareros barceloneses menospreciar a los clientes. Entrabas en el bar y te miraban con mala cara. Ni una sonrisa ni un “buenos días” ni un “buenas noches”. Te daban la espalda inmediatamente y se ponían a ordenar vasos, servilleteros o lo que fuese, cualquier cosa antes que atenderte. Y mira que habían tenido tiempo para hacerlo, porque antes de que tú entrases habían estado mano sobre mano. Pensaba entonces que pronto conseguirían llegar al nivel de antipatía de los camareros parisinos, a los que desde tiempo inmemorial se les considera los más repulsivos de la Tierra.

París: “Los habitantesmenos simpáticos, los camarerosmás agresivos”

El Gobierno francés ha puesto ahora en marcha un plan para acabar con esa actitud reconocida internacionalmente y conseguir así más turistas. Han dedicado una pasta a un estudio que concluye que París tiene “los habitantes menos simpáticos, los taxistas más desagradables y los camareros más agresivos”. El británico The Daily Telegraph –a los británicos les encanta hurgar en las heridas francesas– remata: “El país está paralizado por los franceses”. El ministro Laurent Fabius dice que eso no puede seguir así, en un mundo donde el turismo es parte importante de los ingresos. Cada año Francia recibe 84 millones de turistas. Su objetivo es que esa cifra suba a 100 millones.

En alguna otra ocasión ya han intentado que los franceses sean más simpáticos. En el 2010, la Junta de Turismo de París creó un cuerpo de “embajadores de la sonrisa”: personas convenientemente pagadas que se situaban cerca de los grandes monumentos para compensar con su amabilidad la brusquedad del resto de sus conciudadanos. Tres años después, el Ayuntamiento de París publicó un manual de cortesía y lo repartió entre los comerciantes, para que aprendiesen a comportarse. No parece haber servido de mucho. Algunos franceses alegan que su mala fama es parte de un complot anglosajón para desprestigiarlos, un complot que llega ya al punto de denigrar su gastronomía, para ellos la mejor del planeta. Un ejemplo: por cuarto año consecutivo, en la lista de los diez mejores restaurantes del mundo que elabora la revista británica Restaurant no aparece ninguno que sea francés. “Ils sont des sacrés fils de putes ces enculés!”, dirá algún chef parisino, acariciándose la barba hipster con una mano mientras con la otra se pasa el manual de cortesía por el arco de triunfo.

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