El carlismo ataca de nuevo

Es casi lo único que conserva de una primera versión este artículo: el título. Por suerte, llegamos a tiempo de retirarlo, y yo de corregirlo. He querido mantener el título porque en cierto modo es lo único de él que sirve todavía. Trataba esa primera versión de los ataques que estaba sufriendo el turismo en Barcelona por parte de los nuevos carlistas, aquellos que no sólo quieren que no venga nadie de fuera, sino que, si de ellos dependiera, impedirían que nadie de dentro viajara a ninguna parte. Se decía en él que si quienes combaten al turismo fueran coherentes, quemarían sus pasaportes. El título hacía referencia a una conocida frase de Baroja (“el carlismo se cura viajando”), pero los atentados de las Ramblas y de Cambrils lo cambiaron todo. La primera versión de ese artículo recordaba que el mundo moderno, también España, es consecuencia del contacto e intercambio de las gentes, y que el turismo se verá en el futuro como el primer paso hacia un planeta más justo y sin fronteras, y por tanto sin supremacistas ni xenófobos, donde nadie tenga que decir: soy extranjero en mi propia tierra, porque toda la tierra es de todos.

Tras los atentados es necesario más que nunca que los flujos turísticos no se interrumpan

Las víctimas de estos atentados han sido, en su mayor parte, turistas. El turismo, es previsible, descenderá ahora en España, como descendió en Egipto o Túnez, y de manera especial en Barcelona, como ha descendido en Londres y París. Por esa razón, es necesario, más que nunca, que los flujos turísticos no se interrumpan. Racionalícense cuanto quieran, busquemos entre todos un modo de hacerlos más armónicos y provechosos, cuidados y enriquecedores. Nuestra civilización, desde Jasón a Marco Polo, de Colón a Darwin, ha hecho del viaje, del intercambio de conocimiento y del contraste de culturas una herramienta indispensable para la forja de esos tres principios que los vesánicos de todas las épocas han combatido, y combaten, con saña y furia: libertad, igualdad y fraternidad.

Siempre que iba a Barcelona pasaba por la redacción que La Vanguardia tuvo durante cien años en la calle Pelai. Lo primero que haga la próxima vez que vaya a Barcelona será sentarme en una terraza de esa calle, beber una caña, dar un paseo por la Ramblas, y hacer lo que todos los turistas: al carlismo se le combate viajando.

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