Carlos Pujol

Cuando usted lea esto, ya se habrán celebrado en la Universitat de Barcelona unas jornadas de estudio dedicadas a Carlos Pujol. De los escritores que uno ha conocido era sin duda el que tenía más virtudes y menos defectos. Para empezar, Carlos Pujol era catalán, pero no se le notaba nada. Cierto que también era español, y tampoco se le notaba, aunque escribiera en castellano. Cuando uno lee o relee alguno de sus libros no piensa jamás: “Es catalán” o “es español”, sino, “qué maravilla, un libro como si lo hubiera escrito Stendhal, a quien, por cierto, tampoco se le notaba nada lo de ser francés”.

agradezco que la barcelona que pinta no sea ni catalana ni española

Uno de los últimos suyos lo dedicó a su ciudad, Barcelona y sus vidas lo tituló. Es tan asombrosamente bueno como un cuarteto de Beethoven, y suena lo mismo, música de cámara llena de sorpresas y melodías inauditas, íntimas, prodigiosas. Lo componen unos cortos capítulos dedicados a barrios, personajes, rincones, edificios, paseos, leyendas. “No es una guía práctica, ni se adorna de carácter histórico, costumbrista o descriptivo; por no tener, no tiene ni orden ni sistema, es arbitrario y soñador, errabundo y disperso”, dice de él su autor en el prologuillo que les puso. Los publicó en la sección local del periódico menos circulado de su ciudad en el momento acaso menos oportuno, quiero decir en uno de los más ruidosos. Cuando reunió aquellos artículos en un libro, las grandes editoriales se lo rechazaron porque las grandes editoriales buscan obras sinfónicas con ganancias en estéreo. Acabó apareciendo en una pequeña editorial de Granada y no tuvo la menor repercusión, siendo acaso el libro más fino que pueda leerse hoy sobre Barcelona. No hay página suya que no nos haga sonreír, atento su autor al impagable principio de enseñar deleitando. Intentamos en su día darlo a conocer por lo menos a sus vecinos barceloneses, pero las autoridades culturales catalanas, al estar escrito en español, lo encontraban poco catalán, y las españolas, muy catalán, al tratar de Barcelona. Y de la crítica y de los suplementos literarios, mejor ni hablamos.

Yo lo he leído cuatro veces completo y muchas más abriéndolo al azar y paseando por él una o dos horas. Y agradezco que la Barcelona que pinta no sea ni catalana ni española, sino como la Roma o el Nápoles de Stendhal, de cualquier época y de cualquier lector libre, sobre todo de prejuicios.

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