Céline, Sade y la cigarrera

Por los mismos días en que el editor Gallimard decidía no publicar los panfletos antisemitas de Luis-Ferdinand Céline, el Estado francés, para evitar que saliera a subasta (precio estimado: entre cuatro y seis millones de dólares), declaraba “tesoro nacional” el por lo demás espectacular manuscrito de la novela del marqués de Sade Los 120 días de Sodoma, y se estrenaba una versión de la ópera Carmen, de Bizet, en la que la cigarrera acaba de una puñalada con su novio, y no al revés, tal y como escribió Próspero Merimée. Tres bolas de billar en el tapete de este artículo con las que trataremos de dibujar un esquicio costumbrista.

COMPRENSIBLE QUE LOS ADULTOS RECLAMEN SU DERECHO A CREER QUE LOS NIÑOS NO VIENEN DE PARÍS

Veamos. Los panfletos. Mea culpa, Bagatelas para una masacre, Escuela de cadáveres. Su venta no está prohibida en Francia (¿a quién quieren confundir?: en internet están todos disponibles), pero su autor se negó, después de 1945, a reeditarlos. ¿Por mala conciencia? Ja. La línea argumental de su autodefensa, en el juicio que se siguió contra él tras la guerra, fue la de un cínico megalómano: “De haber tenido algo que ver con las deportaciones de judíos, eso se habría hecho mejor”. ¿Son en verdad estos panfletos tan corrosivos como trató Céline que fueran? Bernanos se los tomó a risa: “Esta vez Céline se ha equivocado de urinario”. Yo los he leído, claro que hace treinta años, en una Europa sin nazis, cincuenta después de ser escritos, y me parecieron ya entonces sólo una vomitona demencial. En todo caso Céline no es, con relación a los judíos, menos reprobable que Sade con relación a las mujeres, dijera lo que dijera a este respecto Simone de Beauvoir, y diga lo que diga la correcta opinión de los franceses que consideran a Céline el mejor escritor del siglo XX, junto a Marcel Proust. Si Los 120 días de Sodoma es un “tesoro nacional”, ¿qué impide que lo sean esos panfletos? Una mezcla de hipocresía, oportunismo y no haber entendido la lección: “En arte, la ética precede a la estética”.

Y aquí llega la bola de billar a Carmen. Han adulterado su argumento no, como aseguran sus perpetradores, tan vivales y cínicos, por razones éticas, sino sólo, como Oprah Winfrey, por una frivolidad estética igual de hipócrita, oportunista y... teatral. Frente a eso, es comprensible que los adultos, como Catherine Deneuve, reclamen su derecho a creer que los niños no vienen de París.

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