Cerebros en fuga

Cuando yo era cría, allá por los años sesenta y setenta, había una gran preocupación en el entorno de mis mayores –gentes de la universidad– por la situación de la ciencia en España. Los mejores investigadores, se decía siempre, tenían que irse al extranjero, empujados por la inepta política del franquismo, que no entendía la importancia del conocimiento científico para el desarrollo del país. Era lo que se llamaba “la fuga de cerebros”.

Centros de prestigio, bloqueados por falta de fondos y normativas disparatadas

Se explicaba en aquel entonces –lo recuerdo muy bien– que todo eso era una herencia de la España más rancia y vieja, de nuestros largos siglos de oscurantismo, de poder de una Iglesia cerril que odiaba la ciencia y de perpetuos gobiernos de gentes tan inútiles como codiciosas. El ejemplo perfecto era, por supuesto, Severo Ochoa, afincado desde 1940 en Estados Unidos. Ochoa volvió al fin a España en 1985, junto con otros científicos de primer nivel, gracias a una serie de iniciativas políticas que se esforzaron por recuperar a todos aquellos sabios exiliados.

Han pasado más de treinta años, y hemos vuelto a la situación que existía en pleno franquismo. La ciencia –como el pensamiento, como el arte, como la creación de cualquier tipo– ha vuelto a ser una pesadilla en España. Las políticas del PP han logrado que nuestros investigadores se vean sometidos a unas condiciones laborales indignas, a fuerza de recortes y de absurda burocracia. Muchos centros que conocieron un cierto esplendor en las décadas pasadas están totalmente bloqueados por falta de fondos y por una normativa disparatada, que impide la flexibilidad necesaria para que instituciones de ese tipo puedan funcionar de manera efectiva. Los científicos sufren por falta de recursos en sus laboratorios y por su propia inestabilidad y precariedad. Los que pueden, se van fuera de España, y los demás se desesperan o se resignan a la fuerza a esa mediocridad rampante.

Ya no podemos echarle la culpa a Franco, ni a la Iglesia, ni al poder de los validos que susurraban al oído de nuestros torpes monarcas. La culpa es del PP, que gobierna en Madrid, y del resto de los partidos, a los que no veo en absoluto preocupados por el tema. Y también –y lamento tener que decirlo una vez más– de una ciudadanía, todos nosotros, indiferente al conocimiento. “La fuga de cerebros” ha vuelto a ser una realidad y, con ella, el empobrecimiento del país, en su presente y en su futuro.

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