Cervezas y zapatos

Muchas personas, cuando viajan, roban cosas de los hoteles y los restaurantes que visitan. Toallas, albornoces, ceniceros, abrebotellas... En general no lo hacen por su valor económico, sino como recuerdo. La prueba es que dejan de robarlos en cuanto los establecimientos dejan de bordar o imprimir sus nombres en ellos. Sin el nombre del hotel o el restaurante ya no son un trofeo. Aunque hay de todo, claro. Amigos que tienen bares me dicen que les roban hasta el papel higiénico. El dueño de un hotel de Escaló, en el Pirineo, me explicó hace años que se llevan hasta los televisores, si son suficientemente pequeños para caber en una bolsa de deporte.

más que toallas, En Bélgica lo que los turistas roban son copas de cerveza

En Bélgica, el paraíso de la cerveza, lo que mola es robar los vasos en que se sirve. Cada cerveza tiene el suyo. Hay vasos hexagonales. Hay copas tipo flauta, para las lámbicas y las afrutadas. Las hay tipo cáliz, para las ales. Las hay en forma de tulipán, que mantienen como ninguna otra el aroma y la espuma. Además, cada empresa productora imprime su marca en el vidrio. Con tanta variedad, a nadie le extrañará que los turistas vayan a un bar, pidan una cerveza y luego se metan la copa en el bolsillo. Los propietarios de cervecerías están hasta el gorro. El dueño de The Beer Wall de Brujas se queja de que les roban cuatro mil al año. En la mayoría de las buenas cervecerías de Bélgica sucede lo mismo.

Para solucionarlo, primero colocaron pequeñas alarmas adheridas a la base de la copa. Cuando sales, el escáner de la salida pita, como en las tiendas. Eso funciona en verano, en primavera y en otoño, pero cuando llega el frío (en Bélgica hace frío muchos meses del año) y te pones un abrigo grueso, el escáner no detecta la copa que te llevas. En Gante, el bar Dulle Griet ha ido más allá. Quien pide una cerveza debe quitarse un zapato y dejarlo en prenda. El camarero lo mete en una cesta que sube hasta el techo por medio de una polea y sólo entonces sirve la cerveza. Cuando el cliente decide abandonar el local, devuelve la copa, y el dueño le retorna el zapato. La propuesta es resultona y por ello se ha convertido en noticia, pero anda que no es fácil ir al bar en cuestión, entregar uno de tus zapatos y luego, descalzo, largarte con la copa de cerveza en el bolsillo. Como si al cazador compulsivo de recuerdos robados le importase el precio de su calzado. Habiéndolo abandonado en la cervecería, su supuesta proeza aún cobrará más valor ante los amigos a los que se la explique.

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