Como fantasmas

El primero en desaparecer fue un pequeño taller donde se reparaba el calzado. Las zapaterías de viejo eran bonitas. Los zapateros remendones, mal pagados y con una vida triste y oscura, eran jacobinos por tradición. No debía de ser el caso de los dos a los que me refiero, abiertamente de derechas en atención al barrio donde llevaban desde 1939, Año de la Victoria. Sus sólidos principios franquistas no les sirvieron de mucho, y cerraron cuando la parroquia prefirió los zapatos nuevos a reparar los viejos.

¿Qué se ha hecho de aquel mundo de entramados de vecindad y afectos?

A la zapatería siguió una lechería. Olía a suero y leche agria. Creo que todavía tenían un par de vacas en la parte de atrás, porque con el de la leche agria se trenzaba ese olor “a establo y madre” del que habló el poeta. Vino después la panadería. El panadero, que trabajó hasta sus 90, contaba muy orgulloso que en 80 años, los de la guerra civil incluidos, no había cerrado su comercio más que dos días, el de su boda y el del entierro de su señora. Por entonces desaparecieron también una alpargatería, donde además se vendían manufacturas de esparto, fuelles y cestos, un carbonero, un botero, un almacén con toda clase de semillas al detalle o al por mayor, un carpintero de batalla y otro fino, dos ortopedias, una tienda de abalorios y azabaches (en el barrio abundaba la farándula), una bodega que expendía vinos, moscateles y vinagre a granel, una imprenta, varios relojeros. Quedan un guitarrero, un encuadernador, una herborista, un guarnicionero, todos viejos.

Hace unos minutos se ha encontrado uno el cartel de cerrado en la modesta tienda de ultramarinos donde hemos comprado durante estos últimos 35 años. Aunque fuese cosa temida y anunciada, ha vuelto uno apesarado a casa. Llevaban desde los años 20 del siglo pasado. En el camino me he encontrado a un vecino a quien he expuesto presa del mayor abatimiento el caso terrible. Para consolarme ha recordado que hace cinco o seis años ha abierto aquí al lado la que está considerada wuna de las cinco mejores tiendas del mundo especializada en quesos. No es ningún consuelo, le he dicho. Ya a solas, me pregunto como Villon: Où sont les neiges d’antan? ¿Qué se ha hecho de aquel mundo de entramados de vecindad, pausas y afectos? Apenas reconocemos este barrio viejo ni la ciudad. Probablemente nadie nos reconozca tampoco a nosotros, y estemos ya vagando por sus calles como fantasmas.

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