Como una tapia

Hace dos semanas murió el gran Hugh Hefner, el hombre que revolucionó el mundo con el lanzamiento de Playboy, la revista que a partir de 1953 se convirtió en luz y guía de los adolescentes norteamericanos que, poco a poco, descubrían sus habilidades onanistas. Aquí, con el franquismo dictando cómo debía ser la vida pública y privada, evidentemente no. Las que se conseguían eran de tapadillo, tras haber pasado la frontera. Yo tuve suerte porque a los 14 años trabajaba de aprendiz en un estudio de dibujo publicitario. El dueño del negocio tenía unas cuantas. No se cómo llegaban a sus manos. Lo que sí sé es que cuando me las dejó aluciné. Hasta entonces no había visto más que la Paris Hollywood, francesa, que un compañero de instituto requisaba a veces a su padre, militar, y nos la dejaba ver en el patio, durante el recreo. Pero no había comparación. Paris Hollywood era a dos tintas, impresa en papel de baja calidad, y las señoras que aparecían lucían pubis púdicamente aerografiados (el aerógrafo de entonces era el equivalente al Photoshop de ahora), de forma que, entre las piernas, no tenían absolutamente nada.

A los 14 años vi por primera vez una revista ‘playboy’ y aluciné. era 1966

Playboy era radicalmente diferente. Estaba impresa en papel de buena calidad, a todo color y con un desplegable central que no dejaba indiferente ni al más apático. La versión en español apareció décadas después. A buenas horas mangas verdes. Recuerdo que hará diez años los editores de esta versión me enviaban cada mes un ejemplar a casa, para convencerme de que escribiese en la revista. Yo pensaba: “Lástima. Con lo bien que me hubiese ido recibir estos ejemplares cuando tenía 14 años... El jugo que les hubiese sacado”. (Con perdón.)

Ahora, leyendo noticias sobre la muerte del gran Hefner he sabido que estaba sordo. A consecuencia de la Viagra. Según los expertos, la pastillita azul contiene “sildenafilo y otros inhibidores de la fosfodiesterasa tipo 5, como el tadalafil y el vardenafilo”. No tengo ni idea de qué son ni nunca antes los había oído nombrar, pero son estos los componentes que provocan sordera, como a Hefner en sus últimos lustros de vida. En la disyuntiva entre abandonar el fornicio y seguir oyendo bien o ensordecer y continuar siendo un campeón en la cama (o donde se tercie), Hugh Hefner eligió esta segunda opción. Bien hecho. Como decimos los que siempre tenemos un tópico a mano, “total, para lo que hay que oír...”

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