Compositoras

¿Alguno de ustedes podría decir, sin pararse a pensar mucho, el nombre de dos o tres compositoras? Tal vez a los amantes de eso que llamamos música clásica o culta les suenen Clara Schumann y Fanny Mendelssohn, aunque puede que las conozcan más que por sus obras por sus relaciones familiares (la primera fue la esposa de Robert Schumann, y la segunda, la hermana de Felix Mendelssohn). Por lo demás, parece que ninguna representante del género femenino –dotado sin embargo para la interpretación– fue nunca capaz de inventar arquitecturas musicales.

Por suerte, ya se puede encontrar grabaciones de las obras de esas mujeres

Igual que ocurre con las artes plásticas, esa no es en absoluto la verdad. La verdad histórica es que algunas mujeres (siempre menos que hombres, dadas las largas y crueles costumbres patriarcales) se atrevieron a lo largo de los siglos a inventar armonías complejas, plasmarlas en partituras y ofrecérselas al público. Pero la crítica, la historia y la tradición del repertorio se han ocupado de ocultarlas y olvidarlas, tal y como hicieron con las pintoras o las escultoras.

Poco a poco, los estudios de género van sacando a la luz los nombres de unas cuantas compositoras que, escuchadas en igualdad de condiciones que sus contemporáneos, no los desmerecen en absoluto. Por suerte, ya se puede encontrar grabaciones de la obra de muchas de esas mujeres valientes y llenas de talento. Un delicioso libro infantil, recientemente publicado, les pone ahora nombre: Arrecife y la fábrica de melodías. Fantasía en sol sostenido, de Patricia García Sánchez, con ilustraciones de Concha Martínez Pasamar (Editorial Bookolia). El cuento, pensado para niños de 6 o 7 años, sugiere en cada capítulo la escucha de una pieza musical compuesta por una mujer. Ahí está la obra incomparable de la extraordinaria monja medieval Hildegarda de Bingen, el refinamiento renacentista de Gracia Baptista y Francesca Caccini, la pasión romántica de Schumann y Mendelssohn, la modernidad de Mel Bonis y Lili Boulanger y la creatividad y el genio de otro puñado de músicas con las que la historia, como casi siempre ha ocurrido con las mujeres, ha sido terriblemente injusta.

Vale la pena escucharlas sin prejuicios, disfrutándolas sin más, se lo aseguro. Y hacer que los niños las descubran: sólo ellos podrán equilibrar la balanza de nuestra genealogía cultural, tan descaradamente inclinada hacia el lado de los hombres, brillante, qué duda cabe, pero a todas luces insuficiente.

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