Con perdón

El primer domingo de cada agosto es el día internacional del Perdón. Tal cual. ¿Es necesario que haya un día oficial dedicado a una acción que puede realizarse durante los 365 (o 366) días del año? Para nada. Uno puede perdonar un 10 de noviembre, un 7 de febrero o un 23 de junio y, a efectos prácticos, esos días son tan eficaces como el primer domingo de agosto.

Por si no lo sabían, Este domingo 2 de agosto es el día internacional del perdón

Muchos presumen de su capacidad de perdonar fácilmente porque consideran que, así, se sitúan a un nivel superior al de los perdonados y al de los que o les cuesta perdonar o nunca lo hacen. Yo soy más bien de este último grupo. Cuando alguien me hace una putada a propósito, añado su nombre a una lista mental que guardo en un rincón del cerebro y que, por años que pasen y aunque la memoria dé señales de no ir tan fina como décadas atrás, nunca olvido. De forma que, si algún día encuentro a una de las personas de esa lista colgada del borde de un barranco, agarrándose desesperadamente a él con los dedos, cada vez más débiles, e implorando que la ayude, no sólo no la perdonaré ni la ayudaré sino que me acercaré poquito a poco y le pisaré los dedos con el pie derecho, que tiene más fuerza que el otro. Se llama la Lista Gómez, por mi madre, que se apellidaba así y no sólo era una santa sino que, cuando se la jugaban, no perdonaba ni una.

Cosas de la genética, supongo. De la genética y de que, a pesar de haber recibido la rica formación católica que se impartía en las escuelas y los institutos durante los años cincuenta y sesenta, nunca acabé de entender lo del perdón. Qué fácil es pasarse la vida siendo un cabronazo con los demás si, cuando te pillan, crees que con pedir perdón basta. Te absuelven y asunto concluido. Y luego pasa lo que pasa. Una vez perdonado, al cabo de cuatro días vuelves a las andadas. ¿Que te vuelven a pillar y te lo recriminan? Pues de nuevo pides perdón y listos. Y así toda la vida.

No me parece razonable. Hay un refrán que me gusta mucho: “Quien la hace la paga”. Si yo fuese un noble y tuviese escudo de armas y toda esa mandanga, lo convertiría en mi divisa. El problema es que en el fondo no es verdad. Muchos la hacen una vez tras otra y no la pagan en su vida. Sintomáticamente, en cuando surge la cuestión de si hay que perdonar o no, son los primeros que vienen a venderte la moto de la importancia de saber perdonar y te citan la frase de Alexander Pope: “Errar es humano; perdonar, divino”. Anda ya y que te zurzan.

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