Con un par

Mi hijo Jaime me arrastra a ver la película de la temporada, Jurassic World. Él piensa que la gran estrella va a ser el Indominus Rex, una hembra de dinosaurio híbrido tan inteligente como sanguinaria, creada a partir de la modificación genética de unas cuantas especies. Pero yo entro en la sala con otro asunto reconcomiéndome la curiosidad: los zapatos de Claire. Ella, por si no lo saben, es la protagonista: una gélida superjefaza que lleva con mano de hierro un parque temático situado en una isla de Centroamérica y que viste como lo haría una ejecutiva neoyorquina en la vigésima planta de un edificio de acero y cristal. El caso es que, desde su estreno, lo más comentado de la película en la prensa y las redes sociales no ha sido la inversión millonaria en tecnología digital, ni el impacto de algunas escenas, sino el par de stilettos color nude que calza la actriz principal. Y no por su estética, sino por su absurdez.

En medio de la jungla tropical, entre lodo, piedras y lianas, codo con codo con el coprotagonista –un macho alfa tipo sobrino de Indiana Jones–, nuestra heroína corre, salta, derrapa, dispara y pelea a brazo partido contra pérfidos dinosaurios sin bajarse ni un solo segundo de sus tacones de diez centímetros.

Cuánto nos hace disfrutar el cine y cuántas sandeces y burradas nos muestra también

Antes, no obstante, ha hecho un férreo intento por adecentarse: en una escena ridícula hasta el sonrojo, la buena mujer pretende demostrar a su compañero que va a estar a la altura de las circunstancias y, con cara de aguerrida aventurera, se tunea el modelo subiéndose las mangas de la camisa y atándosela con un nudo a la cintura. Lista para comerme el mundo, parece querer decir. Los taconazos, entre tanto, permanecen en sus pies. La oscuridad de la sala me impidió ver la sonrisa de coña marinera de un buen montón de espectadores.

Cuánto nos hace disfrutar el cine, y cuántas sandeces nos muestra también. Incongruencias, insensateces, burradas inclasificables y barbaridades de toda calaña. A veces son causa del puro despiste o de un penoso desconocimiento del momento histórico que pretenden reflejar: en la legendaria Ben Hur, recuerden, vemos a un trompetista de la Judea del año 30 con un reloj estupendo en la muñeca, y en Gladiator algunas romanas pintureras usan gafas de sol. En el caso de los tacones de Jurassic World, sin embargo, la cosa es mucho más triste: no hay otra razón que la más absoluta y peregrina estupidez.

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