Depende de nosotros

A excepción en mi caso de cuatro o cinco, no le llaman a uno la atención las casas donde vivieron los artistas, escritores y músicos famosos del pasado, convertidas en museo, ni las tumbas donde reposan, quizá porque de algunos de los que más admiramos no se conservan ni casa ni tumba, y otras son una mixtificación, como “la casa” de Shakespeare o “la sepultura” de Cervantes. Y el mismo sentimiento lo ha tenido uno también con algunos contemporáneos. Con sólo haber hecho cola en la Feria del Libro podría haber saludado a Borges, estrechado su mano y obtenido de él una dedicatoria (o algo parecido), pero en el último momento, viéndole balbucear palabras más o menos vacías a sombras más o menos ciegas, me compadecía de él, y seguía mi camino. Hace años tuvimos a Federico Fellini sentado al lado durante una hora, en una mesita de una terraza de la plaza del Olmo, en Roma. Todo ese tiempo estuvo solo. Me habría gustado haberle dicho “gracias”, pero tampoco tuve valor. Hoy, por escrito, me atrevo más: Gracias, Daniel Barenboim.

Barenboim nunca habla sólo de música. el que sólo sabe de música tampoco sabe de música

A él le debemos algunos de los mejores momentos de nuestra vida, pocos han pulsado teclas tan íntimas ni arrancado del alma notas más misteriosas e insondables. Anda ahora de gira con un piano especial que se ha hecho fabricar, a imitación de uno de Liszt. Le hacían una entrevista en Radio Clásica. Si Barenboim habla, nunca habla sólo de música. El que sólo sabe de música tampoco sabe de música. Decía: “Cuando empiezas a estudiar una obra, has de ser muy humilde, y si no, es mejor que lo dejes; pero cuando sales al escenario, tienes que saber quién eres, y eso implica un poco de soberbia, pues das por hecho que mereces estar en un escenario, que la gente se gaste el dinero de la entrada en ti y que después te aplauda... O sea, que si no eres humilde, mal, pero si te falta algo de soberbia luego, esto no funciona”. Lo explicaba mucho mejor que yo ahora, y con una gran naturalidad, y acto seguido se puso a tocar el piano. En ese momento desapareció la humildad y la soberbia no hizo aún acto de presencia. Era sólo la música. La música de la vida, sonando en voz muy baja. Al final del año o al principio de él, igual los doce meses. Sonaba así: “Si abolimos la escarcha / será siempre verano; / que existan estaciones / depende de nosotros”.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...