Después de los focos

Cuando este artículo llegue hasta ustedes, habrán pasado tres semanas desde la llegada a València de los 630 migrantes del barco Aquarius. Permítanme, antes de nada, que felicite al Gobierno de Pedro Sánchez por esa decisión y que me pregunte cuáles son los sentimientos de la gente que la cuestiona, como si fuera normal abandonar a todas esas personas en medio del mar. Como si lo precavido no estuviera tantas veces reñido con lo decente.

Todos nosotros hemos estado ahí, siguiendo la desventura de esas gentes, acompañándoles mientras llegaban a València y un ejército de especialistas se hacía cargo de ellos. Es bastante probable que, a día de hoy, los focos se hayan apagado. Habrán irrumpido en nuestras vidas otras noticias, y todos nos habremos ido corriendo hacia cualquier otro rincón de la actualidad más urgente.

No les importa la suerte de esos parias ni persiguen a las mafias que abusan de ellos

Seguramente no sabremos nunca nada más de esas 630 personas. Sus terribles recuerdos y su valentía se diluirán en el miasma de todo-aquello-que-ocurrió-y-apenas-recordamos. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que en estas tres semanas otros muchos centenares de gentes en condiciones semejantes habrán llegado hasta aquí o habrán muerto intentándolo. Sabemos de sobra que, a diario, miles de personas se jugarán la vida soñando con alcanzar esta parte del mundo sin duda bendecida por los dioses. (Cuarenta y tres han desaparecido en el mar de Alborán el mismo día en que escribo.)

Y sabemos que a los poderosos de esta parte del mundo (y, por desdicha, a muchos de sus habitantes) no les importa nada la suerte de todos esos parias. No persiguen a las mafias que abusan de ellos y se tratan de tú a tú con los codiciosos dueños de todo un continente hundido en la miseria y la humillación, que podría cambiar si la política internacional se lo exigiese. Pero sin duda los intereses comerciales de determinadas empresas y sectores económicos que siguen esquilmando África —incluido el armamentístico— están muy por encima de cualquier consideración de otro tipo. Y, cínicamente, los responsables europeos prefieren dejar todo el asunto en manos de guardianes de más que dudoso comportamiento, como Marruecos, Libia o Turquía, donde migrantes y refugiados sufren situaciones terroríficas, mientras ellos, en sus acolchados despachos, miran hacia otro lado. Yo me niego a hacerlo: bienvenidos sean a mi tierra todos esos valientes, y que nuestro país les sea benigno.

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