¿Dónde está la batalla?

A Stendhal debemos el enunciado del síndrome que lleva su nombre (el de la voracidad del turista que no quiere dejar nada por visitar y ver), y a uno de sus personajes, Fabrizio del Dongo, el que lleva el nombre de este, quien, como es sabido, estuvo en Waterloo y se pasó toda la jornada preguntando a unos y otros dónde estaba teniendo lugar la batalla, pues no le parecía a él, declarado bonapartista, que aquello fuera una batalla napoleónica como se la había imaginado.

GRAN PARTE DE LA RESERVA HUMANA ESTÁ OBSESIONADA CON VERLO Y VISITARLO TODO

Usted, yo y millones de personas nos preguntamos a diario, como Fabrizio, dónde está la batalla que el mundo libra en este momento contra sí mismo. No hace ni siquiera veinte años que llevamos usando el correo electrónico y lo que le ha seguido, WhatsApp, Facebook y demás. Estos adelantos están a punto de mandar al paro a miles de trabajadores de Correos, al igual que las trabas en el uso de los combustibles fósiles, y su encarecimiento, amenazan con colapsar el transporte de mercancías mundial, uno de los pilares del crecimiento económico (y del transporte de personas no hablamos, para no complicar más las conjeturas). A cuento de ello se han desatado en Francia y Bélgica violentísimas huelgas, capitaneadas por los descamisados contemporáneos, “los chalecos amarillos”, dispuestos a arrasar el sistema si no se les garantizan a un tiempo sus salarios y el derecho a prosperar. Y estas son sólo dos de las escaramuzas que están teniendo lugar, entre miles (éxodos y migraciones, volatidad de los mercados financieros, sobreexplotación de los recursos, resurgimiento de los totalitarismos con nombres tuneados, populismos y nacionalismos). Si supiéramos cuál es el centro de la batalla, acaso podríamos poner en ella toda nuestra atención e inclinar la balanza del lado bueno. Sin embargo, no sabemos dónde está, y por cuál de todas las fronteras que nos cercan vendrá el bárbaro.

En toda gran crisis hay quien, no obstante, espera mucho de la reserva humana, de aquellos que sabrán mantener la antorcha de los principios ilustrados. Pero resulta que a la mayor parte de esta reserva, transformada en horda turística, también le ha atacado con furia el otro síndrome, el de Stendhal, y está dando vueltas al globo terráqueo queriendo verlo y visitarlo todo, en lugares y destinos turísticos donde no se les ha perdido absolutamente nada.

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