Dos cantantes catalanas

Debo reconocer que no me interesa demasiado la música que se hace en España en estos momentos. Por lo menos, la que suena habitualmente en las radios. Mis gustos –aparte de la infinitud de eso que llamamos la música clásica– tienen que ver con el pop británico, el rock estadounidense y el blues o el jazz, en todas las versiones y fusiones que cada uno de esos enormes contenedores puedan incluir. Cuando me apetece algo melódico, suelo acercarme a los standards americanos, la música brasileña o, incluso, al fado cheio de saudade.

Españoles, más bien pocos. Reliquias de los ochenta, claro, alguna canción suelta de algún cantautor, y alguna también de gentes independientes, incluidas ciertas bandas de rock de garaje que me resultan frescas y divertidas. Por eso, cuando alguien “de aquí” me gusta, tiendo a sentir una especial emoción, una especie de alivio, la alegría de saber que hay gente cercana, con la que compartes lengua, paisajes y cultura, y que además anda por los mismos derroteros musicales que tú.

Mayte Martín y Sílvia Pérez Cruz parece que te estén cantando al oído, sólo para ti

Hoy quiero hablar de dos cantantes que probablemente, de haber nacido en otro país, serían auténticas estrellas: Mayte Martín y Sílvia Pérez Cruz. Las dos son catalanas, y no creo que sea casualidad. Barcelona se ha caracterizado desde hace décadas por ser un lugar propicio para la buena música. Basta con darse una vuelta por su Barrio Gótico y escuchar a algunos de los músicos callejeros que andan por allí –venidos de lugares diversos del mundo– para comprender que ese es un ambiente ­excepcional.

Hijas de ese espacio propicio pero, sobre todo, de su propio talento y su esfuerzo, estas dos mujeres suelen reconciliarme con la música que se hace en España. Mayte Martín canta flamenco como si hubiera nacido en una cueva del Sacromonte bañada de la dulzura de la luz mediterránea, y sus boleros son los mejores que se han cantado nunca en este lado del océano. Y Sílvia Pérez Cruz sabe tanto de música, creo, que canta como si anduviera de puntillas por casa, haciendo entre tanto lo que quiere con su hermosa voz. Su versión de Cucurrucú paloma, por ejemplo, no tiene comparación con ninguna otra. Las dos son bellas y profundas y valientes –como intérpretes musicales– y tienen esa rara cualidad de parecer que te están cantando al oído, sólo para ti. Gracias por los buenos ratos, chicas. ¡Y que haya muchos más!

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