Entre el desorden y la injusticia

No sé yo si esta carambola me va a salir. Trazada en mi cabeza me parece sencilla, un zigzag sin vacilación que puede, no obstante, pifiarse por el camino. Es, desde luego, un artículo a tres bandas: chalecos, pieles, Europa.

EUROPA SE ENCUENTRA ENTRE LOS 'CHALECOS AMARILLOS' Y LOS ABRIGOS DE PIELES

Europa se está yendo al garete con la ayuda de los chalecos amarillos, en presencia de los viejos abrigos de pieles. Los chalequistas han incendiado Francia con un solo argumento, y el movimiento amenaza, impulsado por Rasputin, instigador de las revueltas nacionalistas y populistas europeas, con acabar con la Unión: no más impuestos. Claro que al mismo tiempo exigen un incremento del Estado del bienestar, sin explicar de dónde se obtendrán los fondos para ello. Ya no se trata de una carambola, como ven, sino de la cuadratura del círculo. Pero da igual, siguen adelante incendiando las calles de Francia, como prendió en su día las elecciones españolas Pablo Iglesias con un discurso incendiario apoyado en el ejemplo revolucionario de Venezuela. Acaba de reconocer que ya no diría todo lo que dijo donde dijo Diego, pero “que me quiten lo incendiado”, y no devolverá el acta de diputado que obtuvo precisamente por decir ayer de Venezuela las cosas que ya no quiere decir hoy, aunque, por supuesto, sigue pensando lo mismo.

¿Y las pieles? ¿Qué hacen aquí los visones, astracanes, nutrias, zorros plateados, ocelotes y demás felinos? Habrán observado, como yo, que ya no se ve un solo abrigo de pieles por las calles de las grandes capitales desde hace años (no así sus sucedáneos sintéticos). De vez en cuando le llegan a uno, en los catálogos de las casas de subastas, la de algunos de esos abrigos que fueron en su día el principal signo de ostentación de las mujeres de las clases superiores. Su devaluado precio (la mayoría no supera los 150 €) nos deja pensativos. Al margen de la tristeza que produce verlos colgados en sus perchas, fúnebres, deprimentes, anticuados, son el símbolo de todo lo que ha cambiado en nuestra sociedad. No quiere uno volver, en ningún caso, a aquella vieja Europa no menos fúnebre y deprimente, pero la nueva, el mejor invento político de los últimos cien años, se acabará cuando nos obliguen a elegir entre los chalecos amarillos y los abrigos de pieles, entre la Europa podrida de los populismos y la Europa apolillada de los burócratas, entre el desorden y la injusticia, que decía Goethe.

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