Esplendor americano

Ya se conocen, claro, los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, pero yo, cuando empiezo a escribir este artículo, no los conozco aún. Podría esperarme unos días, y escribirlo entonces, pero acaso no haga falta. Durante el mes de octubre pasamos un par de semanas en Nueva Inglaterra y comarcas limítrofes. Oímos hablar mucho allí esos días de Trump y Clinton. Era llamativo lo siguiente: los clintianos vivían la victoria hipotética de Trump como algo catastrófico, con miedo y tristeza. Decían: ¿adónde nos llevará ese hombre, en qué convertirá nuestro país? Pero lo cierto es que el país ya se había convertido en algo que explicaba la irrupción de Trump y la aceptación de una candidata como Clinton, que a pocos de sus votantes satisfacía, tras el recuerdo de un presidente de leyenda como Obama.

El problema es que hay ya millones de estadounidenses deseando ser sometidos por ese tupé

Una de las leyes de Murphy (“las cosas siempre pueden ir a peor”) inclinaba la balanza hacia Trump, pero eso no era lo peor, sino esta constatación desoladora, extensible a todos los líderes populistas que en el mundo han sido y son: ninguno de sus seguidores es mejor que su jefe de filas. Por eso a los trumpianos no parecía importarles ver saltar por los aires el sistema, incluso el planeta. “¿Cambio climático?”, se preguntaba Trump: “Propaganda de los comunistas”, respondía sardónico, al tiempo que hablaba de devolver a su país el perdido esplendor americano.

Es curioso. Cuando oímos a Trump hablar del esplendor americano no nos fijamos tanto en sus palabras, sino en el pelo injertado color calabaza que se le desborda de la frente como un portaaviones. Nos decimos: esa es la idea que tiene ese hombre del esplendor americano y aun del esplendor humano; ese postizo, que trata de hacer pasar por auténtico, lo extenderá a toda su política social, militar, comercial, medioambiental y económica norteamericana. Hitler, a quien millones de alemanas encontraban atractivo y seductor, probablemente inició la Segunda Guerra Mundial para someter a todos aquellos que encontraban ridículo su bigote. Tanto si Trump ha perdido como si ha ganado, el ­problema hoy es que hay ya millones de norteamericanos ­deseando ser sometidos por ese tupé patriótico o algo ­parecido.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...