Esta mañana

Después de ducharme, estaba en el baño cortándome las uñas de los pies mientras escuchaba como, por la radio, un reputado economista explicaba que, lejos de solucionarse, la economía irá a peor durante los próximos años y que la aparente remontada que algunos ven es un espejismo. Y en ese momento preciso he pensado: coño, estoy cortándome las uñas y al mismo tiempo escucho la radio, y eso no puede ser porque, como nos han repetido mil veces, es sabido que los hombres somos incapaces de hacer dos cosas a la vez. Entonces mi duda ha sido: ¿dejo de escuchar la radio o dejo de cortarme las uñas? ¿Qué me es más necesario? Evidentemente, acabar de cortarme las uñas. Por eso he apagado la radio. He acabado de cortármelas, he dejado las tijeritas en el cajón y entonces –y sólo entonces– he vuelto a poner la radio. Pero cuando ya volvía a escuchar las predicciones del economista he pensado: ¿para qué la pongo si ya voy a salir del baño y desde el dormitorio no la oiré? Mientras la apagaba he cavilado: ¿es correcto que un hombre apague la radio mientras cavila? También eso podría considerarse hacer dos cosas a la vez.

Señoras y señores: es realmente duro ser incapaz de hacer dos cosas a la vez

Me he vestido y he salido a la calle, a buscar los diarios. Llámenme raro, pero soy de los que, además de picotear noticias y artículos en internet, gustan de leer diarios de papel, de la primera a la última página (o viceversa). Y como el quiosco me queda un poco lejos, pues mientras iba hacia a él he encendido un pitillo. Y así, fumando hacia el quiosco, me he dado cuenta de que volvía a estar haciendo dos cosas a la vez: andar y fumar un pitillo. Inmediatamente me he parado en medio de la acera. Así solo hacía una cosa: fumar. Pero, si te fijas bien, estar parado –y más de forma voluntaria– también es hacer algo. O sea que he apagado el pitillo y he seguido hacia el quiosco.

Primero he saludado al quiosquero y luego he cogido los diarios, para no hacer ambas cosas simultáneamente. Luego he pagado y he vuelto poco a poco hacia casa, sin mirar los escaparates, intentando simplemente caminar porque, si hubiese ido caminando y mirando escaparates, hubiese vuelto a estar en lo mismo. Y entonces he visto a una señora, con un abrigo evasé negro y zapatos de tacones altísimos, caminando con paso ligero mientras no paraba de teclear en su móvil de forma compulsiva. Menuda envidia. Quien fuese mujer para, así, ser capaz de hacer dos cosas a la vez.

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