La estirpe de Babel

Asisto a un fantástico concierto en el auditorio de Oviedo del gran Jordi Savall, acompañado por su hijo Ferran y David Mayoral. Interpretan, con la exquisitez propia del maestro, músicas antiguas, delicados temas sefardíes, danzas renacentistas, aires alegres llegados, siglos atrás, del Nuevo Mundo, en ese viaje de ida y vuelta que la música no deja de hacer incesantemente. Cuatro de esas piezas proceden de distintos rincones del Mediterráneo: Grecia, el mundo sefardí de Rodas, Turquía y Marruecos. Tienen nombres diferentes, y hablan de distintas cosas (son cantadas), pero las cuatro repiten la misma melodía. Cuenta Savall, dirigiéndose a sus oyentes, que de esa canción existen centenares de versiones en centenares de lugares. Como si procediese de un canto inicial, de una música primigenia compartida por todos los seres humanos.

Todos convencidos de que su canto es el verdadero, tanto como para matar

Es, en realidad, lo mismo que sostienen quienes consideran que existió una lengua madre de todas las lenguas. Un idioma originario (que algunos llaman protosapiens), que habría nacido hace más de 100.000 años en África, con nuestros primeros antepasados, y que dio origen a todos los idiomas del planeta. La lengua y el canto de un momento en el que la especie humana estuvo unida, sin divisiones de raza, religión o territorio. Imaginar un mundo así es conmovedor. Y provoca un repentino optimismo: si alguna vez ocurrió, ¿acaso no podría volver a suceder? Pero Savall añade otra reflexión mucho más pesimista: en todos los lugares donde se canta esa melodía, la gente está convencida de que la suya es la auténtica, la de verdad. Y que todas las demás –y esto lo añado yo– son burdas imitaciones.

Recuerdo entonces la torre de Babel, ese mito que aparece no sólo en la Biblia, sino en numerosas mitologías del mundo entero, y que explica cómo los seres humanos fueron divididos por los dioses, que los separaron en grupos diversos, cada uno con su propia lengua, con su propio canto. Y todos convencidos de que el suyo es el verdadero, el bueno, el valioso. Tanto, que defender esa identidad lleva una y otra vez a saquear, esclavizar y matar.

Tres días después de ese precioso concierto, mientras escribo este artículo, el terrorismo islamista provoca de nuevo una dolorosa cantidad de muertos y heridos en Londres. Sí, definitivamente, somos la estirpe de Babel. Tan escindidos y tan fieros, que ni la más bella de las músicas podría amansarnos. Qué pena.

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