¿Falta mucho?

No es fácil encontrar traducción exacta a épater le bourgeois. El diccionario de la Academia hace mucho que aceptó el término epatar, que define como “producir asombro o admiración”. Pero épater le bourgeois va más allá de “asombrar al burgués”. Valle-Inclán da en Luces de bohemia un ejemplo memorable de lo que es epatar. Hablan Max Estrella y don Latino de la poesía y “la Dama de luto” (la muerte), y Estrella dice: “¡Tú la temes, y yo la cortejo! ¡Rubén, te llevaré el mensaje que te plazca darme para la otra ribera de la Estigia! Vengo aquí para estrecharte por última vez la mano, guiado por el ilustre camello Don Latino de Hispalis. ¡Un hombre que desprecia tu poesía, como si fuese académico!”. Y don Latino dice: “¡Querido Max, no te pongas estupendo!”.

Nuestro viaje democrático, comparado con otros países, no ha hecho más que empezar

Tiene, pues, “epatar al burgués” algo de retumbante. Carmen Martín Gaite solía decir: “Peer en olla”, versión, con todo, menos escatológica que esta otra, más expresiva, de “tirarse p... por encima de su propio c...” (se siente uno incapaz de completar los puntos suspensivos). Epatar al burgués tiene mucho de esta dispepsia.

En períodos electorales casi todo el mundo se pone estupendo. En este que termina hoy la palabra con la que hemos visto más ensayos de lucimiento ha sido “democracia”. “Devaluada”, “amputada”, “acabada”, “traicionada”, “corrupta”, “degenerada”... han sido los calificativos que algunos candidatos le endosaron. Cada vez que oía uno de estos, me preguntaba: “¿más devaluada, amputada, acabada, etcétera que cuál? ¿Que la francesa, que la venezolana, que la china?”. No sabemos si “la enfermedad infantil del comunismo” es el izquierdismo, como decía Lenin, pero sí que la enfermedad infantil de buena parte del nacionalizquierdismo en la democracia es la impaciencia, querer arreglar lo que no está roto, tal y como suelen hacer los niños con sus juguetes nuevos, cuando empiezan a aburrirse. Eso, y preguntar, apenas se les monta en un coche: “¿Falta mucho?”. Nuestro viaje democrático, comparado con Inglaterra, Francia o Estados Unidos, no ha hecho más que empezar. Casi todos los partidos han hablado (mirando en general al tendido) de cambiar la Constitución. Perfecto. Pero si no consigue el mismo consenso que la “vieja”, ¿de qué servirá que sea nueva? Hoy elegimos, mañana empieza otro viaje, y sí, aunque hayamos llegado ya a mañana, siempre falta mucho.

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