Ferrante

Una de las grandes intrigas del mundo literario en los últimos años ha sido la verdadera identidad de Elena Ferrante, la autora italiana de la grandiosa serie que arranca con La amiga estupenda (Lumen 2011) y termina con La niña perdida (Lumen 2016). Tras intentar descubrirla mediante varios intentos fallidos –desde estudios académicos con algoritmos a falsas cuentas en redes sociales–, ha sido el periodista Claudio Gatti quien lo ha logrado gracias al cuestionable recurso de fisgonear en sus cuentas bancarias. Ahora se sabe que tras el pseudónimo está Anita Raja, una traductora, esposa de un conocido novelista y vinculada al sector editorial. Mientras ella permanece en un discreto silencio, la reacción por parte de sus editores y muchos de sus lectores ha sido de indignación. ¿Por qué esa necesidad de sacar a la luz a alguien que pretendía mantener férreamente el anonimato, por qué esa intrusión en su voluntad?

A lo largo de los años, la autora ha justificado sus razones en entrevistas por correo electrónico y a través de sus propios escritos. Quiere que sus libros hablen por sí mismos. Necesita protegerse del violento mundo napolitano que describe en sus obras. Busca el sosiego para dedicarse a escribir exclusivamente, prefiere estar al margen de presiones mediáticas y compromisos promocionales.

¿estamos ante una mujer solvente o frente a una operación de marketing?

En respuesta a las cuantiosas críticas que le han llovido, el periodista ha argumentado que, al tratarse Elena Ferrante de la mayor celebridad contemporánea de las letras italianas –incluida en 2014 por la revista Foreign Policy en la lista de los 100 pensadores más influyentes del mundo–, existía el legítimo derecho a conocer su nombre real. Incluso afirma que tanto ella como sus editores han alimentado las especulaciones al ofrecer datos inciertos o tergiversados sobre su biografía con el fin de construir un interesado perfil cercano a los personajes de sus novelas. Gracias a las pesquisas de Gatti, ahora se sabe que el recorrido vital de la autora dista enormemente de lo que se presuponía: no creció en el ambiente mísero y brutal que describe, no es hija de una modista analfabeta que le hablaba en dialecto napolitano, jamás sufrió nada parecido a las opresiones que narra.

El debate está abierto: ¿estamos ante una mujer de personalidad solvente reacia a las demandas externas, o frente a una brillante operación de marketing?

Me gustaría que la respuesta fuera la primera opción. Cuadraría con las magníficas historias que ha sido capaz de escribir.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...