Final feliz

La música que sonaba en los entierros de los mafiosos era casi siempre una adaptación de la Marcha fúnebre a cargo de una banda local de música. El cine ha recogido mil veces esas escenas tan solemnes como grotescas. Nino Rota acaba de desbancar a Chopin: en el entierro del mafioso Vittorio Casamonica en Roma, el pasado agosto, se oyó la música de El Padrino, a modo de marcha fúnebre. Si antes la realidad surtía de contenidos al cine, el cine, ahora, se ha cobrado su precio en realidad contante y sonante.

En el entierro del mafioso Casamonica se oyó la música de 'El padrino'

Cuenta Roberto Saviano en su célebre Camorra cómo los matones de esta organización mafiosa cambiaron el modo en que disparaban sus pistolas cuando empezaron a ver que los gángsteres del cine, por fatiga retórica y postureo, lo hacían ­poniendo la pistola en horizontal y no en vertical, como hasta entonces, al tiempo que imitaban estética y costumbres de ­series televisivas como Los So­prano.

Los detalles del entierro de Casamonica serían cómicos (imposible sortear la errata: Casacomica) de no saberlos fruto del crimen organizado: llevaron su féretro a la iglesia en una carroza fúnebre con un tiro de seis caballos, negros naturalmente, y allí lo recibió un cartelón con su cara, del tamaño de los del cine, en el que se leía: “Vittorio Casamonica. Rey de Roma”. Y en otro: “Has conquistado Roma. Ahora conquistarás el Paraíso”. Tras el funeral, que el párroco de San Bosco no se negó a celebrar, se lo llevaron a enterrar en un Rolls Royce. Para entonces ya habían cambiado de película, y en el cementerio lo despidieron con la banda sonora de 2001: una odisea del espacio.

A Augusto Pérez, protagonista de Niebla, le sucedió lo contrario: corrió a Salamanca a entrevistarse con su autor, Unamuno, y a implorarle que lo dejara con vida, cuando llegó a sus oídos que este iba a acabar con él en la novela. Los esperpénticos funerales de Casamonica no ocultan, sin embargo, un drama: el de aquellos que ponen en la ficción y en la estética (aunque sea una estética de marcha fúnebre hojalatesca o de música de casete) su última esperanza de redimir la falta de ética. Algo que, a escala menor, vemos todos los días entre nosotros, la estetización de la política y la politización de las estética cuando la imaginación (“la loca de la casa” la llamó Teresa de Ávila) da en creer “un final feliz” donde ni hay final ni es feliz.

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