La Fontana di Trevi

Desde el 1 de este mes las monedas que los visitantes tiran a la Fontana di Trevi ya no van a parar a Cáritas. Ahora se las queda el Ayuntamiento romano. En octubre aprobaron la norma que acaba de entrar en vigor. El dinero recogido lo invertirán en proyectos solidarios. Pero también los invertía en proyectos solidarios Cáritas, que tiene en la ciudad albergues para los sintecho, comedores para los pobres, asistencia sanitaria y centros de formación profesional para los desempleados. ¿Qué cambia? Supongo que el Consistorio quiere tener mayor control del destino de ese dinero.

TRAS UNA MONEDA AL ESTANQUE DE LA FUENTE Y ASÍ TE ASEGURAS QUE UN DÍA VOLVERÁS

Son casi un millón y medio de euros al año, en monedas de euro pero también esterlinas, de dólar, de yen... Cada día pasan por la Fontana más de ocho mil turistas. Se hacen selfies, esquivan a los vendedores de souvenirs y luego cumplen con el ritual: girarse de espaldas a la fuente, cerrar los ojos y echar la moneda hacia atrás. Dice la leyenda que si lo hacen, algún día volverán a la ciudad. La tradición tiene su origen en la época en que el agua de la Fontana todavía era potable, de las mejores de Roma al no ser calcárea. Si algún muchacho iba a ausentarse de la ciudad, su novia lo llevaba a beber un vaso, que luego rompían, y así se aseguraba su fidelidad. Ilusa.

En la Rambla de Barcelona sucede algo parecido, pero menos brillante, con la fuente de Canaletes. El visitante que bebe su agua regresará algún día a la ciudad, dicen. Aunque, como sucede a menudo, algunos beban agua de la fuente de Canaletes y, luego, de regreso a su país, al cabo de nada se peguen un trompazo con el coche y digan adiós para siempre a este valle de lágrimas.

Pero la promoción que ha tenido la Fontana di Trevi supera la de cualquier otra tradición similar. Desde que en los años cincuenta se rodó Tres monedas en la fuente –dirigida por Jean Negulesco y con una linda canción interpretada por Frank Sinatra– ha aparecido en un sinfín de otras películas. La más conocida de la cuales es La dolce vita, en la que Anita Ekberg se baña en el estanque mientras Marcello Mastroianni la contempla entre perplejo y embelesado. A mí, de todas, la que más me gusta es una de 1961, Totòtruffa, en la que el gran actor napolitano Totò detecta a un guiri incauto, finge ser el propietario legal de la Fontana di Trevi y, tras negociar un precio, se la vende. Así es como todos deberíamos agasajar siempre a los turistas, sea en Roma o en Marina d’Or.

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