Frente a la platea vacía

Días (por no decir semanas) atrás, un actor italiano fue al teatro donde representaba por septuagésima quinta vez la obra que le lleva de gira desde el 2013, Improvisación de un actor que lee, que ha escrito y dirige; así todo queda en casa. La sorpresa fue que en el teatro no había ni un solo espectador. Todas las butacas estaban vacías.

anda que me habría quedado en el escenario sin ningún espectador en la sala

El actor –de sesenta y cinco años– se llama Giovanni Mongiano y no es ningún mindundi. Empezó en el Teatro Estable de Turín, inauguró el Angelini de Crescentino y ha sido director de la compañía que gestiona el Viotti de Fontanetto, todos en el Piamonte. Ni corto ni perezoso decidió salir al escenario aunque no hubiese nadie: “Lo decidí inmediatamente. Ha sido un impulso irresistible; debía hacerlo. Un acto de amor, pero también un gesto provocativo y simbólico. Nunca me había pasado, pero a los aspirantes a actor siempre les enseño que no importa cuantas personas haya en la sala. Se trata del respeto por el teatro y el público”.

Anda que yo me habría quedado a representar la obra completa –una hora y veinte minutos– sin espectadores. Recuerdo, en 1992, la noche de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Fui al Teatro Romea. Los actores estaban en sus camerinos, contemplando la ceremonia olímpica por televisión. Cuando Imma Colomer, una de las actrices, que me conocía, me vio, vino hacia mí y me dijo:

–¡Nunca vienes al teatro ¿y tienes que venir hoy?!

Estaba claro que su sueño, y el del resto de los actores, era que nadie hubiese ido. Así habrían podido cancelar la función y ver la inauguración tranquilamente. En las antípodas, pues, de lo que ha pasado ahora con Giovanni Mongiano. ¿Hubiese también cancelado él la representación para no perderse los fastos deportivos? Quizá sí, convencido de que la ausencia de público era debida a la coincidencia de horas de la función y la magna ceremonia y no una afrenta a su orgullo profesional. Recuerdo que yo observaba cómo la actriz me reñía y pensaba: pero ¿no han puesto entradas a la venta? Si no querían que viniese nadie, habrían podido cancelar la función y ellos contentos, dedicados a lo que les interesaba. A mí me hubiesen chafado la guitarra, claro, porque fui a la representación precisamente para ahorrarme la maldita ceremonia, encerrarme en un teatro a prueba de tele y salir luego, cuando la farsa coubertiniana hubiese ya acabado. Está visto que nunca llueve a gusto de todos.

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