La fuerza de la costumbre

El mal tiempo –frío, destemplanza y huracanes– nos tuvo la pasada Semana Santa más cerca de la chimenea que de costumbre por esas fechas y con un libro apropiado, por inagotable y entretenido: el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar, publicado en 1847 por don Pascual Madoz, un clásico, como saben. Iba buscando unos datos precisos sobre los barrios bajos de Madrid y me quedé en él un par de días, como el viajero que, de paso a otra parte y seducido por un lugar, decide sobre la marcha prolongar su estancia para admirar las bellezas locales. Y eso me ocurrió repasando el estadillo en que se consignan todas y cada una de las “especies despachadas en las cinco puertas de entrada y aduana de Madrid” ese año del 47, “con distinción de las introducidas en el mes de octubre”. Veinticuatro páginas y unas mil doscientas especies, desde trigo y reses hasta “un cisne disecado”, treintaicinco libras de pelo humano o ciento cuarentaicinco mil plumas de ave para escribir (frente a las casi cien arrobas de plumines de acero).

¿Qué tiene de fascinante algo así?, preguntarán algunos. ¿Qué? ¡Los detalles exactos! ¿Les parece poco? Y, claro, su poder narcótico contra la actualidad, realidad frente a actualidad.

ENTRARON EN MADRID EN 1847 CUATROCIENTOS ''TOMOS DE LIBROS'' Y CIENTO UN LOROS

Estaba puesto un televisor. Sin levantar los ojos del libro oye uno a un locutor repasar las procesiones en España. Algunos nazarenos hablan de sentimientos profundos, aunque el descenso de las creencias religiosas es inversamente proporcional al número de cofradías. Se citan algunas advocaciones de Vírgenes: de las Angustias, de los Dolores, de la Soledad, de la Consolación, del Socorro... Levanto la mirada por ver las imágenes. Eran nombres frecuentes en las mujeres. Algunos lo son aún.. ¿Cómo llevarán esa pesada cruz?, me pregunto. Vuelvo a la lectura, con la esperanza de que ese libro me dé la respuesta. Y en parte, sí: leo que en 1847 entraron en Madrid cuatrocientos “tomos de libros” y ciento un loros. Comparo las cifras. No sé cuántos libros entrarán hoy en Madrid, pero ninguno ha hecho desistir a cuatro ministros de cantar, al paso del Cristo de Mena, el himno de la Legión, la fuerza de la costumbre. Y un monumento al nihilismo. Me acuerdo entonces de Unamuno, tan vitalista, me encojo de hombros y sigo con Madoz.

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