Hombres en la cocina

Los exigentes críticos de la guía Michelin derramaron hace unas semanas su famosa lluvia de estrellas sobre los mejores restaurantes. Ciento sesenta y nueve locales españoles han sido los elegidos. Casi la totalidad de esas cocinas están dirigidas por hombres. Si los datos no han cambiado desde el año pasado, sólo trece mujeres controlan los fogones de las mejores casas de comida de nuestro país. Y sólo dos de ellas triunfan en alguno de los ocho restaurantes con tres estrellas, Carme Ruscalleda y Elena Arzak, que trabaja junto a su padre.

Estos datos son asombrosos, pero responden a una realidad histórica: todas las actividades rodeadas de prestigio y dinero han sido acaparadas por el género masculino. Hay innu­merables casos. La medicina, por ejemplo, fue practicada durante mucho tiempo en Europa por mujeres, hasta que en los siglos XI y XII comenzaron a nacer las uni­versidades, monopolizaron la formación de las profesiones más ilustres y expulsaron de ese ámbito al género femenino hasta el siglo XX.

En las alturas, los nombres que brillan son casi siempre masculinos

Las cosas han cambiado muy lentamente. Tanto que en algunos medios apenas se nota. Como el de la cocina, un territorio femenino por excelencia: somos las mujeres las que nos hemos ocupado a lo largo de la historia de la alimentación de las familias. Nosotras aprendimos a seleccionar los alimentos, a cuidar de los huertos y los animales de corral. Y, por supuesto, nos dedicamos al cuidado del fuego –el centro del hogar– y la lenta preparación de las comidas. Sí, la cocina ha sido siempre un espacio de mujeres, del que los hombres han permanecido excluidos casi hasta la actualidad: todos conocemos a varones que no saben freír un huevo ni colocar un plato en su sitio. Entre tanto, nosotras hemos ido averiguando a lo largo de los siglos qué alimentos son los mejores, hemos inventado toda clase de recetas y nos hemos responsabilizado de nutrir a los nuestros y, por añadidura, de satisfacer sus paladares.

Pero eso sólo ha sido verdad –y aún lo es en gran medida–en los niveles cotidianos de la cocina. En las alturas, allí donde se gana dinero y se obtiene fama, los nombres que brillaron a lo largo de la historia y que todavía brillan hoy son casi siempre masculinos. Los chefs recordados de los grandes reyes eran hombres, y los recetarios seculares están firmados por varones. Las exquisiteces nacidas de manos femeninas, en cambio, apenas han valido nada. Qué cosa tan rara. Y tan significativa.

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