Huir de la guerra

El 21 de octubre de 1937, hace ahora ochenta años, las tropas sublevadas contra la república entraron en Gijón y en Avilés: el frente del norte caía definitivamente. Asturias, el último reducto republicano del Cantábrico, asediada por mar, tierra y aire, desprovista de apoyo y aislada del resto del ejército leal, no pudo luchar más. En esos días se produjo un éxodo dramático de gentes que intentaban huir de lo que estaba a punto de suceder, la terrible represión franquista.

Sólo había una manera de salir de la región: por mar. Se calcula –sin que haya certeza– que unas 10.000 personas embarcaron en cualquier cosa que navegase, tratando de llegar a las costas francesas. Eran altos cargos del gobierno asturiano –a los que se criticó mucho su huida, lógicamente–, oficiales del ejército y milicianos que esperaban reincorporarse a la lucha, y también mujeres y niños aterrados. Hacinados en pesqueros, remolcadores y buques de carga, se lanzaron a una peligrosa travesía que en muchos casos terminó mal: numerosas embarcaciones fueron apresadas por la flota sublevada, y otras se hundieron en el intento.

En nuestra guerra civil, muchos se convirtieron en refugiados, a los de ahora los ignoramos

Conozco bien la historia no sólo por lo que he podido leer sobre ella, sino porque mi propia madre, que entonces era una niña de 9 años, fue una de las personas que, junto con su familia, huyeron desde el puerto gijonés de El Musel. Lo hicieron a bordo de un carguero británico que logró alcanzar el puerto de La Rochelle, cargado de refugiados muertos de miedo. Una vez en Francia, las autoridades los embarcaron en trenes que los condujeron directamente a la frontera con Catalunya, todavía zona republicana.

Ochenta años parecen una eternidad, pero no lo son: mi madre aún vive, y recuerda perfectamente aquellos días. Supongo que otras muchas niñas y niños que se convirtieron durante nuestra Guerra Civil en refugiados también pueden contarlo. Sin embargo, ahora oímos esa palabra, refugiados, vemos las imágenes de quienes huyen de guerras como la de Siria y, en lugar de llenarnos de compasión y responsabilidad ética –aunque sólo sea pensando en aquellos de los nuestros que padecieron lo mismo–, nos encogemos de hombros y los abandonamos a su suerte. El Gobierno español, de hecho, ha incumplido su compromiso del 2015 con la UE de acoger a 17.387 personas y sólo ha recibido a algo más de 1.000. Qué memoria tan frágil y egoísta la nuestra.

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