Husos y costumbres

Se representa a las Parcas, desde antiguo, con un huso en la mano, dando a entender que la rueca del tiempo no se detiene nunca, y que tanto como el futuro, van tejiendo el olvido de todo lo pasado. Quien ideó para el globo terráqueo los imaginarios meridianos fue un científico, pero quien dio el nombre de husos a los veinticuatro meridianos que parcelan el día en horas fue, además, un poeta. Lo hizo al advertir que tenían estos la forma de un huso, o sea, delgados en los extremos y abultados en el centro, tal y como se comporta el hilo en los dedos expertos de la hilandera. Ese hombre acaso ni pensó en las Parcas, pero la poesía es eso: coincidencias felices que amplían de significación y de armonía el mundo.

Desquicia no tanto vivir en uno u otro huso, sino que lo cambien cada seis meses

Se ha abismado uno ahora en estas consideraciones vagamente metafísicas (todas en las que anda enredado el tiempo acaban siéndolo un poco), al hilo precisamente de la noticia: Europa modificará sus husos horarios. Nadie sabe cómo ni cuándo se hará. Europa es extensa. Lo es España; mientras en las islas Baleares es prima noche, en las Canarias quedan aún dos o tres horas de sol. Será difícil armonizarnos a todos. Cada cual tiene sus preferencias. Hay quien es partidario de los ritmos de la naturaleza y procura levantarse y acostarse con las gallinas. También quien se activa con las tinieblas, como los gatos y las lechuzas (¿se comprende ahora por qué trae más prestigio la noche que el día?). Está el que asegura que el horario de verano le proporciona más luz solar, y por tanto, mayor alegría para afrontar la lucha por la vida, y aquel al que indigna que le roben una hora de sueño.

Lo desquiciante, sin embargo, nos dicen los expertos, no es tanto vivir en uno u otro huso horario, sino que nos los cambien cada seis meses. Personalmente le gustaría a uno acompasarse con el de Portugal (e Inglaterra), fiado de que el huso civilizará algunas costumbres, haciéndonos menos gritones, más educados y discretos y atenidos a ceremonias un poco menos locas, como esa de comer a las tres del mediodía o cenar a las once de la noche. Nada cambiará sin embargo para la mayoría de nosotros: nos fascinará la luna en su cénit tanto como ver amanecer, misteriosos milagros, y el trasnochar con los amigos igual que el madrugar para “el trabajo gustoso”.

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