Inseparables

La muerte del filósofo Gustavo Bueno, de 91 años, cuarenta y ocho horas después de la de su mujer Carmen Sánchez, de 95, nos deja pensativos. La vida, como tantas veces, parece conducirse de una manera delicada y misteriosa. “Amor constante más allá de la muerte”, dijo Quevedo, y amor constante parece el de esta pareja y algunas otras que, tal y como nos recuerda en un artículo Belén Sarriá, deciden desaparecer al mismo tiempo después de una larga y bien temperada vida en común. Los compara a los agapornis: “Un ave –nos dice Sarriá–, que no sólo vive en pareja, sino que muere en pareja”.

podría decirse del amor que no se crea ni se destruye, sólo se transforma

Del agaporni nos cuenta Wikipedia que es un pequeño loro africano y que el tiempo que viven en pareja, entre diez y quince años, se les ve acicalarse las plumas uno al otro y hacerse arrumacos, lo que les ha valido ese nombre griego (de agapé, amor, y orni, pájaro) y el calificativo de “inseparables”, como también se les conoce. La Wikipedia, sin embargo, no dice nada de que mueran juntos. Tanto da para lo que tratamos ahora: muchas parejas humanas sí lo hacen. Los científicos tienden a atribuir esa falta de ánimo para seguir viviendo, tras la muerte de uno de los dos, al vacío y la soledad que dejan en el otro, y hablan de “relaciones de dependencia” más que de amor, esas dos llamas trenzadas en un único fuego que se extingue sin remedio en cuanto se desgaja una.

Es posible que quien se quede solo después de tantos años de vida en común no encuentre nada que le retenga en este mundo, pero seguro que a muchos de ellos no les consume la pena de la soledad tanto como el ansia y la esperanza de volver a reunirse con el ser querido, y pronto, en el otro. “Porque yo, desde luego, creo en otra vida, en un más allá, pero no tengo ninguna imagen de ella y quisiera apartar de tus ojos todas las estampas de ese más allá –incluso las más grandes, como la de Dante–, porque todas esas estampas, a los recelosos, a los difíciles, los retrasa, los ahuyenta”, le decía Ramón Gaya a su amigo Antonio Sánchez Barbudo en una carta de 1953, el año en que Gustavo Bueno y Carmen Sánchez empezaron una historia de amor constante más allá de la vida y de la muerte. Pues podría decirse del amor, y con más razón, lo que de la materia saben hasta los más difíciles: no se crea ni se destruye, sólo se transforma.

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