Johan Crus

Durante sus últimos años de vida mi padre adoptó una costumbre que nunca antes había tenido y que me sacaba de quicio. Iba a visitarle a la residencia, cogía su botella de agua, empezaba a llenarle el vaso, me observaba y me decía:

–Ponme agua en el vaso.

Cuando llegaba el momento de irme, si era invierno me ponía la chaqueta y me anudaba la bufanda al cuello.

–Ponte la bufanda, que hace frío.

Imaginaba a James Bond en la barra del bar, frente al barman que ya conoce sus gustos. Cuando este empieza a prepararle su dry martini (agitado, no revuelto), Bond le dice:

–Un dry martini. Agitado, no revuelto.

¿por qué le dio por decirme que hiciese lo que ya había empezado a hacer?

Por muy James Bond que fuese, el barman hubiese pensado: “Este tipo es un plasta”. ¿Por qué a mi padre de repente le cogió aquella obsesión por decirme que hiciese justo lo que ya había empezado a hacer? Tendría algo que ver con la vejez, con la degradación inevitable de las funciones mentales. Pero el cerebro le funcionaba bien. Era el cuerpo lo que ya no le acompañaba con la precisión de antes. ¿Lo hacía porque, conociéndome, calculaba que esa actitud me irritaría? Quizás era una jugada irónica que yo era incapaz de pillar. Quizás me lo decía para que, harto de oír cómo me pedía que hiciese lo que ya hacía, se lo recriminase:

–Vale, papá. Basta ya.

Igual si le hubiese dicho eso me hubiese contestado:

–Pero ¿no ves que es broma? Qué poco sentido de la ironía...

Como cuando le dio por decir Johan Crus en vez de Johan Cruyff. Calculo que en alguna ocasión se equivocó al decir el apellido del futbolista, se dio cuenta y le pareció divertido. A partir de aquel momento nunca más dijo Johan Cruyff. Hasta el final de sus días fue siempre Johan Crus. Le recordaría a Doña Filomena, la abuela de la familia Ulises de Benejam, que sistemáticamente alteraba las palabras para dibujar mejor su caricatura de los problemas verbales de la vejez. Decía prejudica por perjudica, creminal por criminal, prevertido por pervertido, cenismo por cinismo... Por todo eso, ahora que Johan ­Cruyff ha muerto, me ha sabido mal no poder ir a ver a mi padre, acercarme a su cama y decirle:

–Papá, se ha muerto Johan Crus.

Descansen ambos dos lo mejor que buenamente puedan.

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