El karma

Hace dos años se inauguró en Helsingborg, en Suecia, el Museo de los Fiascos. Su impulsor es Samuel West, un psicólogo americano que vive en Suecia desde hace dos décadas. En sus salas acoge algunos de los productos que han fracasado a lo largo de estas últimas décadas. El videograbador Betamax, por ejemplo, que en los años setenta y ochenta competía con el VHS y cuyos defensores -–unos pesados que te miraban por encima del hombro si habías optado por éste– argüían que tenía mucha mejor calidad de imagen y de sonido. Al final el Betamax quedó confinado a sus devotos, convertidos en poco menos que una secta.

El museo de los fiascos recopila los productos que más han fracasado últimamente

El museo acoge también la cámara digital Kodak DC, que apareció en los noventa y que no tuvo éxito porque la súbita proliferación de teléfonos inteligentes la convirtió inmediatamente en obsoleta. Y las Google Glass, esas gafas de realidad aumentada que hace cinco o seis años parecía que se iban a comer el mundo y de las que ya pocos hablan. Más chascos: el perfume Harley-Davidson, lanzado para seducir a los amantes de ir en moto sin darse cuenta de que los moteros no son precisamente aficionados a ponerse perfume. O el Bic for Her, un bolígrafo de color rosa “diseñado pera encajar confortablemente en la mano de una mujer”, como si las manos de las mujeres no pudiesen coger cualquier bolígrafo sin necesidad de que sea rosa. La iniciativa fue convenientemente abucheada y ridiculizada en las redes sociales, igual que hace unas semanas lo fue la calculadora rosa que Casio presentó con un texto tan ridículo como insultante: “Queremos que las mujeres trabajadoras tengan una mejor experiencia utilizando calculadoras que se adapten perfectamente a sus entornos de trabajo a través de un óptimo de usabilidad y diseño vanguardista. Mujeres, Casio las seguirá apoyando para que día a día brillen aún más en sus trabajos”.

Lamentablemente, no creo que la calculadora rosa de Casio pase a formar parte del Museo de los Fiascos, porque su impulsor, el antes mencionado Samuel West, está en bancarrota. En el portal sueco The Local explica que ha tenido litigios son sus dos socios, que por enmedio se han metido abogados con denuncias en los tribunales y que el resultado es que ahora debe a la hacienda sueca un pastón que no puede pagar. “Podría exhibir mi caso en el Museo de los Fiascos”, reconoce. Quien juega con fuego se quema.

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