Kitsch de la rotonda

Perdidos entre lecturas que precisan de un grado de atención superior al normal en una revista semanal, The Economist suele intercalar artículos que no pueden evitar provocar una sonrisa por su atino y mala leche.

En la edición de la semana pasada había uno de estos y hacía referencia a las rotondas que están proliferando en las carreteras de medio mundo. Entre alabanzas por su seguridad, comodidad y lo que significa desde el punto de vista económico y sociológico (no olvidemos que, a fin de cuentas, es The Economist), el articulista anónimo acuñó un concepto que me pareció genial y que quiero compartir con ustedes: el kitsch de la rotonda.

Su forma circular crea un espacio central que invita, sí o sí, a ser decorado con plantas, fuentes, esculturas y cualquier delirio que el político de turno considere que representa y/o inmortaliza su localidad y/o su mandato. Como no hay nada más temerario que un político con presupuesto, gusto estético personal, falta de formación estética y capacidad de decisión, han ido apareciendo auténticas aberraciones y homenajes al mal gusto y a la falta de visión de futuro.

Leía este artículo mientras mi padre me paseaba por Ibiza y no pude evitar fijarme y comprobar que, efectivamente, el kitsch de la rotonda está presente ahí donde el coche toma una curva y cede el paso a quien ya está girando.

Al ver la mano enorme pintada de amarillo con unos podencos depositados en su palma que te saludan/asustan en la rotonda que te ayuda a salir de la ciudad de Ibiza para ir al aeropuerto, no pude dejar de pensar cómo se le ocurrió a alguien que la mejor forma de homenajear a la raza de canes oriundos era con esa horrible cosa allí en medio.

Siempre se habla del derroche en aeropuertos y carreteras que no llevan a ningún lado. Estoy seguro de que con una décima parte de lo que nos hemos gastado en algunos de estos adefesios podemos enviar a todos los políticos a un curso avanzado de historia del arte y estética del paisaje.

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