Libros ilustrados

En Estados Unidos, me cuentan, los niños pequeños apenas saben ya qué es un libro, pues todo lo estudian y lo leen a través de las pantallas. En Finlandia, los críos pronto van a aprender a leer y a escribir en el ordenador o la tableta, antes que con papel y lápiz. Las ediciones de libros electrónicos siguen aumentando (y la maldita piratería que tanto les gusta a muchos lectores españoles, también).

La defensa a ultranza del papel, me temo, está condenada al fracaso

Esa es la realidad en la que ya vivimos. Y, aunque nos produzca nostalgia, no es mala. El rechazo hacia el texto electrónico no tiene ningún sentido. A veces me recuerda a la leyenda recogida por Platón sobre el faraón que no quiso aceptar la invención de la escritura, porque terminaría con la memoria de las personas. Igual que, cuatro milenios más tarde, los monjes y los ricos se opusieron a la imprenta, porque acabaría con la belleza de sus carísimos manuscritos. Siempre que un descubrimiento tecnológico ha amenazado con arrasar las costumbres largamente aceptadas, le han surgido enemigos. Inútilmente. La defensa a ultranza del papel, me temo, está condenada al fracaso: las pantallas triunfarán como soporte de la lectura, igual que ya lo hicieron como soporte de la escritura. Y no sólo triunfarán porque sean novedosas, sino porque, realmente, en muchos sentidos, tienen grandes ventajas.

En este momento, mi biblioteca empieza a ser la que siempre he soñado: pocos libros, muy elegidos, muy bien editados. Aquellos que realmente son mis amigos, y que deseo que me acompañen físicamente en mi día a día. Libros de arte e historia con buenas fotos, y unas cuantas novelas en ediciones exquisitas. El resto –los textos de consulta e investigación, el ­ensayo, la ficción que probablemente nunca volveré a releer– prefiero tenerlos en cambio almacenados en el espacio virtual de la memoria electrónica. Por eso me alegro tanto, con emoción de bibliófila selectiva, cuando veo que cada vez más editoriales lanzan al mercado hermosos libros ilustrados para adultos. Piezas maravillosas que, esas sí, vale la pena tener ante la vista. Hace tiempo que sospecho que, de no reinventarse, las editoriales tradicionales y las librerías tal y como las hemos conocido dejarán de tener sentido en algunos años. Y aunque me dé un poco de pena, me consuelo pensando en cuánto lo agradecerá mi maltrecha espalda en mi próxima mudanza. Por no hablar de los bosques del mundo.

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