Lo mejor de nuestro tiempo

Acabo de leer un libro. Es un libro espléndido, inolvidable. A usted, que es también lector, esta última afirmación no le habrá impresionado, acostumbrados como estamos todos a que nos engañen con frases parecidas. Las hipérboles se han instalado en nuestra feria, y, al igual que las drogas, ni doblando las dosis nos creemos lo que nos cuentan en ella. Si yo le digo que el libro que acabo de leer es maravilloso, lo hago contraviniendo un viejo aforismo: hemos de leer con entusiasmo, pero conviene escribir con escepticismo, y yo no puedo escribir de este libro con escepticismo, porque sigo entusiasmado con el recuerdo de su lectura. Lo que el autor me ha contado da vueltas en mí modificando algunos de mis juicios, implantando otros nuevos o reafirmando algunos más antiguos. Y cuando discutimos... Sólo vale la pena discutir con los que estamos de acuerdo.

Lo que el autor me ha contado da vueltas en mí modificando algunos de mis juicios

Lo extraño es que no es obra de entretenimiento. Lo poético y lo filosófico lo cruzan de arriba abajo. Es sólo y nada menos que un libro de libros. Habla en él de autores antiguos y modernos. Algunos, revisitados y queridos (Proust: nadie ha contado mejor el universo oscuro e inagotable de la Recherche en menos páginas); otros, extraños y herméticos (Hölderlin); otros, en fin, difusos (Prevost, Byron). Y muchos más. Pero la manera de hablarnos de ellos es tan deslumbrante, culta, amena, antirretórica y contagiosa, que no hay ni uno solo de esos capitulillos que no nos anime a salir corriendo en busca del libro del que se nos ha hablado, como quien no puede dar paz a sus pies en compañía de Dionisios. Y ese es el busilis, porque ni aquellos libros nos parecen libros, ni este tampoco, el mayor elogio que se le puede hacer a un libro, “ay, tragedia del alma”, decía Unamuno. Aquí, tragedias, las precisas. Al revés: el humor es tan fino que la sonrisa no se le despinta a uno en dos o tres días.

La vida no tiene sentido, nos recuerda su autor, pensando en Nietzsche, pero el arte nos ayuda a buscarle uno, y nos salva de una existencia desesperada y negra. A mí estas Nuevas lecturas compulsivas de Félix de Azúa me han salvado estas tardes, que es lo mismo que decir que han puesto a nuestro alcance lo mejor de nuestro tiempo. Deploraría que usted, que ha leído esta página, no se convenciese, pero si no... espero que no le importe que yo siga leyendo.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...