La maldita almendra (2)

Rebobinemos: la autoridad municipal restringirá el tráfico rodado por el centro de Madrid, en la famosa almendra, de modo que sólo puedan circular los residentes. La medida es copia de otras adoptadas en algunas metrópolis europeas y, supongo, se copiará en algunas ciudades de provincia. Como es natural, apenas anunciada, han empezado ya a oírse las primeras opiniones contrarias. Una de las más tontas es aducir que atenta contra la libertad de los ciudadanos. Es verdad. ¿Y? Sucedió cuando se prohibió fumar en los espacios públicos cerrados. La libertad de los fumadores se vio recortada, en efecto, en ese caso en favor de la libertad de una mayoría a la que no se podía imponer el humo de tabaco. La autoridad municipal ha decidido ahora mantener limpio de emanaciones carbónicas el aire que se respira en la famosa almendra.

LOS COCHES NOS CONTAMINABAN LOS PULMONES, LAS MULTITUDES NOS CONAMINAN EL ALMA

En principio, bien: menos ruido, menos octanos, menos nervios. Tendrá para los que vivimos en el centro algunas desventajas (a nuestros hijos les costará más venir a visitarnos) y, es posible, algunas ventajas (acaso podamos dejar de nuevo en la calle nuestro coche, ahorrándonos el parking). Pero el problema en el fondo no es ese, sino en lo que estamos convirtiendo el centro histórico de nuestras ciudades, el de Madrid desde luego: el imperio de la hostelería (bares, restoranes, hoteles y hospedajes clandestinos y espontáneos, que han acabado por desalojar al vecindario y al comercio tradicionales) y el imperio del comercio basura para turistas (que vienen a comprar a dos mil kilómetros lo que encontrarían sin salir de casa).

Se limitarán los coches en los centros históricos de las ciudades, pero al tiempo la gentrificación los está llenando de bicis, patinetes, buses turísticos y masas que arrastran ruidosamente sus maletas y troles por las aceras, haciendo de esos centros algo igualmente ruidoso, desagradable, deprimente. Los coches nos contaminaban los pulmones, las multitudes nos contaminan el alma. Adiós a los tiempos en que el centro de las ciudades era silencioso, poético, tranquilo. Adiós a los tiempos en que se dejaba en paz la maldita almendra y algunos (Giner de los Ríos) podían ser pobres, refinados y distinguidos, sin tener que recurrir a Larra y a los consiguientes artículos de costumbres.

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