Más con menos

Aunque sólo sea como hipótesis, demos por bueno que la crisis económica ha tocado fondo en España. No se ven en absoluto brotes verdes, ni mucho menos lo que aseguran desde el Gobierno: raíces profundas, “montañas lejanas, banderas al aire”. Como don Quijote, la mayor parte de nosotros repetimos con desánimo cada día: “Hasta ahora no sé qué conquisto a fuerza de mis trabajos”. Pero, en fin, concedamos lo que nos cuentan los telediarios: la crisis ha tocado fondo, frase que les gusta a los políticos tanto como la del “marco incomparable”. Aceptemos, pues, que nos hallamos de nuevo en el marco incomparable de la recuperación económica. Esta, además, traerá de la mano, dicen, la regeneración democrática. Ya hemos dejado atrás los años de austeridad, atrás queda la amarga memoria del austericidio. Vuelven las vacas gordas, tras siete años de vacas flacas, y podemos de nuevo empezar a llenar de trigo nuestros silos. Es hora, sí, de preguntarse:  y de esta crisis, ¿qué hemos aprendido?

¿Volveremos a las andadas, a aquel irracional modo de vida?

Pensemos por un momento que volvemos a tener el dinero que teníamos hace diez años, que los créditos fluyen, que los que emigraron regresan porque en España hay trabajo para ellos y para todos los que no lo tenían, que los padres ya no han de ayudar a sus hijos, sino más bien al contrario, que son estos quienes contribuyen con sus cotizaciones a las pensiones, y que los jóvenes han esponjado de nuevo sus pechos, esperanzados. Durante la crisis aprendimos a vivir con menos. Acaso descubrimos las virtudes cuáqueras de la moderación y la solidaridad. Los vínculos familiares se estrecharon, y retomamos esa actividad humana tan saludable de pensar y debatir los asuntos importantes entre todos, afirmando nuestra condición de ciudadanos. Descubrimos cosas muy buenas que antes despreciábamos sólo porque las teníamos a mano o eran baratas, como quedarse en casa leyendo un libro o llevar tres años la misma ropa.

Mira uno el futuro con desaliento. ¿Volveremos a las andadas, a aquel irracional modo de vida, a este “consumo igual a crecimiento, igual a desarrollo, igual a bienestar” que tiene a este planeta al borde del colapso? Dedicó Stendhal La Cartuja de Parma “a los pocos felices”. Había en esta dedicatoria, claro, un vago sarcasmo, pero no en lo que subyace en ella: sólo llegarán a ser felices quienes aprendan a vivir más con menos.

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