Matar de éxito

Veo que algunos políticos y algunos periodistas celebran una y otra vez los éxitos de nuestro sector turístico y los récords de visitantes que vamos alcanzando año tras año. Alegan que una parte importante de nuestra riqueza y nuestros puestos de trabajo se basa en ese sector, y que vernos invadidos por los turistas es algo bueno.

La no política de turismo que se ha hecho en nuestro país ha tenido consecuencias desastrosas

Ese discurso es en realidad el mismo que se viene haciendo desde los años cincuenta y sesenta del siglo pasado: abramos las puertas sin control a los millones de personas que ansían sol y, en su nombre, arrasemos lo que haya que arrasar. Porque la no política de turismo que se ha hecho en nuestro país ha tenido consecuencias desastrosas, y se ha llevado por delante buena parte de nuestras costas. Se han levantado edificaciones casi siempre de muy mal gusto e ínfima calidad y se ha urbanizado con frenesí, sobrexplotando los recursos hídricos de regiones muy secas y destrozando zonas que hubiéramos debido proteger con todo el mimo posible por su riqueza natural y su belleza.

El colmo de ese desgaste es que, al menos en estos últimos años, los puestos de trabajo que crea el sector dejan mucho que desear: son empleos muy mal pagados y, además, muy limitados en su duración. Entretanto, la vida de los habitantes que conviven con tanto desenfreno se encarece a niveles inasumibles: sirvan como ejemplo los problemas de vivienda que existen en ciudades como Barcelona o en las islas de Eivissa y Mallorca, entregadas a la explotación al límite, y sin apenas regulación, de los pisos turísticos.

Todo eso se une a la cantidad de morralla que cada vez nos visita con mayor entusiasmo, regalándonos el triste espectáculo de las hordas que se pasean por nuestras costas y ciudades como si se encontrasen en un espacio sin ley, en el que todo está permitido. Nos vamos llenando de borrachos ruidosos y maleducados, a los que animan a asaltarnos ciertas campañas de marketing que hablan de España –o de parte de ella, al menos– como el territorio de lo barato, lo cutre y lo grosero.

No deja de ser triste que muchos de nuestros gobernantes, en lugar de estar preocupados por la imagen que se está creando de nuestro país, en lugar de lamentar la pérdida de los espacios y los paisajes y de buscar soluciones al empleo precario de un sector claramente insostenible, se dediquen en cambio a alardear de sus éxitos. Siguen sin enterarse de que de éxito también se muere. Y se mata.

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