Material de desecho

Círculo de Lectores, propiedad estos últimos años de Grupo Planeta, ha cerrado. Desde su nacimiento en 1962, ese gran club de lectura, que llegó a tener millón y medio de socios, seleccionaba los mejores textos entre todo lo que se editaba en España, los ofrecía a precios asequibles y los enviaba a casa. Para gentes de pequeñas poblaciones o de barrios desprovistos de librerías, Círculo era el referente imprescindible, el librero-consejero que les ofrecía lo mejor de la literatura.

Era… en el pasado. El presente, por lo que parece, está lleno de ciudadanos a los que los libros les importan un comino. Empezando por los propios responsables de algunas grandes editoriales: mientras procedía al cierre de Círculo de Lectores, el Grupo Planeta informó además a una serie de interesados de que iba a destruir miles de ejemplares de sus obras. (Todos los escritores hemos recibido alguna vez esa notificación y nos hemos preguntado cómo es posible que no exista ninguna fórmula para salvar los volúmenes que ya nadie quiere comprar, pero quizá sí leer. No es fácil: aunque parezca mentira, muchas bibliotecas e instituciones no aceptan donaciones).

Aunque parezca mentira, muchas bibliotecas no aceptan donaciones de libros

Lo más doloroso del caso es que no se trataba de novelas de cualquier escritor más o menos conocido, sino de miles de ejemplares de las obras completas de autores como Carmen Martín Gaite, Francisco Ayala, Juan Goytisolo o Mario Vargas Llosa. Algunos de los consagrados de la literatura en castellano, cuyos textos habían sido cuidadosamente recogidos y preparados por esforzados editores. Lo cuento en pasado porque parece que finalmente Planeta negociará una cesión a la Biblioteca Nacional, pero el intento de deshacerse de todo eso quedará ya para siempre ahí.

Recuerdo aquella España de los años sesenta y setenta, llena aún de gente analfabeta y humilde, en la que sin embargo se vendían a puñados las obras completas de grandes autores que publicaba, por ejemplo, la editorial Aguilar. Volúmenes exquisitos y caros, que mucha gente tenía en sus casas porque gastar dinero en libros era algo bueno y prestigioso. Y la comparo con esta España de ahora, mucho más culta –se supone–, mucho más rica, en la que los bares siempre están llenos y las librerías vacías. Y en la que los libros terminan por convertirse en material de desecho. ¿Qué pensarán de nosotros nuestros nietos?

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