Medio artículo de costumbres

No sabemos quién estuvo detrás del diseño de las cubiertas de los Episodios nacionales de Galdós, que empezaron a publicarse en 1872 y siguieron apareciendo hasta 1912. Probablemente su autor. Es uno de los grandes logros tipográficos por su sencillez, audacia y antelación. Vistas una vez, no se despintan de la memoria: a sangre, una bandera de España, roja, amarilla, roja, en franjas verticales, sobre las que están impresos el nombre del autor y el título de la obra. Las cuarentaiséis cubiertas son diferentes y las cuarentaiséis son iguales. Se hicieron tiradas de miles de ejemplares, difundidos en España e Hispanoamérica, y su popularidad fue tanta que hicieron rico a Galdós. En aquel tiempo todo el mundo las reconocía. Todos, excepto los anarquistas que tras descubrir unos ejemplares durante el registro de una casa, en la Guerra Civil, se llevaron a su dueño por creerlo un peligroso monárquico. Los soldados republicanos que ocuparon en los primeros meses de la guerra la casa de nuestro amigo Ramón Gaya y su mujer, Fe, situada en el frente del Manzanares, la saquearon al hallar entre los libros de su biblioteca algunos de san Juan de la Cruz, santa Teresa... y de los Episodios.

Sólo difiero de Larra en una cosa: escribir en España no es llorar, es troncharse

Galdós, en Sabadell, hoy, va a tener de momento más suerte que Larra, Bécquer o Calderón de la Barca (“parte del modelo pseudocultural franquista”), porque al no tener una calle en ese pueblo, las almas bellas que ocupan su Ayuntamiento no se la podrán quitar. Lo mismo la tiene, en cuyo caso miel sobre hojuelas: otro más al talego. A Antonio Machado se lo llevaron detenido también por sospechoso españolista y anticatalanista, pero de momento han dejado que se vaya. Antes, no obstante, le han advertido: “Ojito con lo que haces, que te tenemos controlado”. Hoy por hoy no se sabe la suerte que correrán las calles que llevan el nombre de Moratín, don Juan Valera o Garcilaso (este además fue soldado del ejército español, duro con él). Así hasta cien calles. Uno, que anda estos días releyendo a Larra, se imagina el mucho provecho que habría sacado él de todos estos esperpentos nacionales. Pero a mí, con ni la mitad de su talento, este artículo de costumbres ya no me da para más. Sólo difiero de Larra en una cosa: escribir en España no es llorar. Escribir en España es, hoy por hoy, para troncharse de risa (y no echar gota).

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