Mi lista

Listas memorables. Sucintas o personales, privadas o públicas, de Shaun Usher. Ha sido lo primero que ha hecho uno este año nuevo, apuntarlo en la lista de lecturas perentorias. Más de ciento veinte listas confeccionadas por gente anónima y personajes célebres de la historia, se subtitula ese libro. Se habla en él de la fascinación que ha sentido el ser humano por las listas desde remotos tiempos. A principios de año estas proliferan. Algunas de las que recoge Usher nos hacen sonreír: “Dejarás de hablar conmigo si te lo pido” o “renunciarás a que me quede en casa contigo” (Albert Einstein) son dos de las capitulaciones más o menos mezquinas que el científico impone a Milema Maric tras once años de matrimonio. “Pecado: comer una manzana en Su casa (la de Dios). (Isaac Newton)”. Esta última, teniendo en cuenta lo mucho que le debía él a la manzana, tiene sentido.

Cada lista es una fe de vida. La mía Empieza así: “no volver a reírme por lo que pasa aquí”

A menudo hacemos listas de cosas no tanto porque las vayamos a hacer como porque desearíamos hacerlas, o, incluso, sabiendo que no están al alcance de nuestra mano, para que otros las hagan: “curar heridas a distancia”, “el arte de volar”, “una luz perpetua”, “drogas potentes para alterar o exaltar la imaginación” forman parte de la lista que Robert Boyle escribió en 1662. Con frecuencia, nuestras listas se refieren a asuntos cotidianos, domésticos. De estas hay muchos ejemplos en el libro de Usher, sólo que sabiéndolas de genios que parecían vivir en la estratosfera (Leonardo o Miguel Ángel, por ejemplo), nos hacen sonreír: ¡eran comunes!

La literatura está llena también de listas memorables. La primera aparece en la Ilíada y se conoce como “catálogo de las naves”. La lista de las ballenas en Moby Dick es otra, o la de los topónimos de En busca del tiempo perdido. Todas nos resultan fascinantes. Dios ha creado cosas y criaturas, parecen recordarnos, pero sólo el hombre es capaz de hacer su inventario. ¿Para qué? Para salvar el mundo. Tarde o temprano este desaparecerá. Desaparecieron los aqueos, pero nos queda el nombre de sus pueblos. ¿Y las ballenas? Acabaremos también con ellas. ¿Y las aldeas de Francia? Sí, cada lista es una fe de vida. La lista de las cosas que cada cual se proponer llevar a cabo en el 2016 es variopinta. La mía empieza así: “No volver a reírme por lo que pasa aquí”, y termina con esto: “Largarnos a cualquier parte si la cosa se pone de llorar”.

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