Mi no al ‘burkini’

El asunto del burkini me parece demasiado complejo para abordarlo en un artículo breve. Hago pues tan sólo algunos apuntes. Quede claro que estoy en contra de que se legisle sobre cómo debe vestirse la gente, salvo en lo que afecta a la seguridad. Curiosamente, la gente suelen ser las mujeres: ahora han decidido que no podemos ir tapadas donde antes no podíamos ir destapadas.

No creo que el debate sea espontáneo e inocente: ha servido para exacerbar el sentimiento islamofóbico que crece como un hongo en muchos países europeos y estoy segura de que muchos enemigos del burkini lo habrían sido hace medio siglo del bikini. Ahora bien, jamás defenderé que las mujeres lleven burkini. No comparto la postura de una parte del feminismo y de la izquierda que sostiene que cubrirse el cuerpo y el cabello es un asunto cultural. Ni entiendo ciertas comparaciones: un burkini no es un simple traje de neopreno con el que protegerse del sol. No es semejante a las tiranías estéticas que aceptan muchas mujeres occidentales, puesto que ellas tienen la opción de no hacerlo.

respetar a las mujeres musulmanas no es hacer leyes contra ellas, tampoco es apoyar su sumisión

Las mujeres musulmanas que se cubren no lo hacen por gusto, aunque a veces ellas mismas puedan creerlo. Se cubren porque el honor de sus familias –igual que ocurrió aquí durante siglos– se basa en la honra de sus mujeres. Porque ciertas lecturas del Corán consideran que el cuerpo y el cabello de una mujer son pecaminosos, ya que despiertan el incontrolable deseo masculino. Y porque, en lugar de cubrir los ojos de los hombres para que no se sientan tentados o de tratar de frustrar de alguna manera las reacciones al parecer inevitables de sus órganos sexuales, la sociedad patriarcal tapa a esas mujeres, las culpabiliza a ellas de ser las tentadoras y, al mismo tiempo, las victimiza. Cuando se cubren, como proclaman muchas feministas musulmanas, están realizando o bien un acto involuntario de sumisión o bien un gesto político profundamente retrógrado.

Considero un error que sectores del feminismo y de la izquierda europeas dejen el discurso contra el burkini y otros asuntos semejantes en manos de la extrema derecha y defiendan lo indefendible en nombre de la tolerancia: respetar a las mujeres musulmanas no consiste en hacer leyes contra ellas, pero tampoco en apoyar alegremente su sumisión, sino en tratar de hacerlas reaccionar. Y en mostrar nuestro rechazo a todo lo que dañe al género femenino en su conjunto.

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