Nada que ver con el amor

Siempre se ha preguntado uno quién sería el primero que equiparó la pasión amorosa con el fuego. Cada vez que lee u oye uno hablar de un amor “ardiente” o de alguien que “encendió” en otro un gran amor, me sonrío, como cuando unos personajes románticos (La cartuja de Parma no es una novela romántica, pero sí la historia que cuenta) empiezan a llorar a lágrima viva, dejando su rostro “arrasado por el llanto” con cualquier excusa. A Stendhal, y eso probablemente le hacía tan antipático a sus contemporáneos y tan moderno para nosotros, la mayor parte de los arrebatos comburentes y apasionados le suelen parecer un poco ridículos, aunque asista a ellos con simpatía. Como nos ocurre a los adultos al asistir a la deses­peración de un adolescente: “¡Nunca jamás volveré a estar tan enamorado!”. Y tendría gracia que acaso el primer hombre (o mujer) que equiparó el amor y el fuego fuese el mismo que simbolizó con éste al infierno.

Lo que deja el fuego, al contrario que el amor, es sólo desolación

La imagen del fuego es bonita, qué duda cabe. El fuego mismo tiene algo de misterioso, como lo tienen el agua, la tierra y el aire, depositarios de todos los secretos de la filosofía y de la poesía. Pero a diferencia de los demás elementos, el fuego sólo se conjuga en presente, y al menos en nuestra pobre escala humana, tiende a ser finito (el remedo de la llama al soldado desconocido, que arde día y noche, no pasa de ser la ilusión de fuegos que creemos eternos, como el de los astros, llamados igualmente a extinguirse).

No, tienen poco que ver el fuego y el amor; no hay fuego sin ceniza, pero hay a veces un “amor constante más allá de la muerte”. Lo que deja el fuego, sobre todo los devastadores, al contrario que el amor, incluso los muy desgraciados, es sólo desolación. Puede uno admirar el espectáculo sublime del mar acometiendo embravecido unos acantilados, o al aire agitando las copas de los árboles o la tierra ordenándose y desordenándose con secreta armonía, pero nada tiene el fuego de admirable campando por sus fueros. Desaforado. Acabamos de verlo. Cerca. Bramando, lanzando por encima de nosotros sus llamas como jinetes del Apocalipsis, llenándolo todo de cenizas y tristeza en esta tarde de verano. Se repetirá la escena en muchos lugares de España. Detrás de muchos de estos fuegos, la codicia, la venganza, el resentimiento, las taras, el odio. Nada que ver con el amor, firme, generoso, delicado.

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