Ni halcón ni maltés

Hace cinco años fue el Ayuntamiento de Colmenar Viejo, en Madrid. Tras años advirtiendo a los ciudadanos que debían recoger las mierdas de sus perros en vez de dejarlas en la calle, optaron por contratar detectives privados. En muchos municipios se ha demostrado que la argucia de vestir de paisano a policías municipales y enviarlos a patrullar no suele tener éxito, bien sea porque los vecinos los reconocen o porque nadie como un detective sabe pasar desapercibido para, en el momento adecuado, grabar (disimuladamente o no, porque es legal hacerlo) a quien, cuando su amado perro ha defecado, se larga con la música a otra parte, dejando el zurullo para que sea otro quien lo limpie.

Estudiar para investigador privado y, total, ¿para qué?

Luego fue el Ayuntamiento de Tarragona, hace tres años. También puso detectives con la misión de recopilar imágenes en las que quede constancia del lugar, día y hora de la infracción. Los detectives no pueden poner multas. A 50 euros la hora en el caso de Tarragona, recogen las imágenes inculpatorias y luego las pasan a la policía local, que –esa sí– tiene capacidad de proceder a la rica sanción. Estos días quien se ha apuntado a la tendencia ha sido Carbajosa de la Sagrada, en Salamanca. Para llegar a esa decisión, el proceso ha sido el mismo que en los otros casos: tras comprobar que la gente se pasa por el forro las campañas de concienciación, también han decidido recurrir a detectives.

A mí me da pena ver a personas que han estudiado para ejercer de investigador privado –en España requiere titulación universitaria especifica– dedicándose a espiar a perros con ansias defecatorias. Siempre imaginé a los detectives como personas que se ocultaban tras unas gafas de sol (y un sombrero o una gorra) e intentaban pasar desapercibidos para pillar in fraganti a los sospechosos de no comportarse según las convenciones generalmente asumidas. Pasé mi juventud viendo a menudo anuncios de una empresa llamada Detectives Vélez-Troya. Los visualizaba apostados tras un diario desplegado, para que no se les viese la cara, o dentro de un coche, investigando infidelidades conyugales, secuestros o traiciones empresariales. ¿Se imaginan ahora a su fundador, el reverenciado Eugenio Vélez-Troya, dedicado a cacas de perro? Yo no. Tampoco veo a Jessica Fletcher, Hercule Poirot o Sherlock Holmes apasionándose por el rastro mierdoso de un chucho. Eran otros tiempos, Humphrey Bogart.

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