Nochebuena

Papá Noel se sienta en el borde de la cama y, primero la pernera derecha y luego la izquierda, se pone los pantalones rojos. Le quedan anchísimos. El año pasado por estas fechas era lo contrario. Sus piernas parecían dos morcillas. Se le hace la boca agua sólo con comparar sus piernas de entonces con dos morcillas. Le gusta mucho comer. Pero, a pesar de eso, al ver que casi no podía meterse en los pantalones, decidió que en cuanto hubiesen pasado las fiestas se pondría a dieta. Escogió la Dukan. Una primera fase de ataque: con resultados inmediatos porque, mediante la ingesta de proteínas, optimiza el adelgazamiento haciendo que el organismo aproveche sus reservas. Luego, la fase de crucero, hasta conseguir el peso justo a base de alternar días de proteínas puras y días de proteínas y verduras. La tercera fase es la de consolidación: alimentación variada pero bajo control. La última es la de estabilización: salvado de avena, andar un buen rato cada día y nada de ascensores.

Tras once meses de régimen Papá Noel ha adelgazado una barbaridad

Tras más de once meses de penitencia lo ha conseguido. Pero quizá demasiado. Los panta­lones le quedan tan holgados que cabrían cinco papás Noel. Y cuando se pone la chaqueta –también roja, con un borde peludo y blanco– sucede lo mismo. Le cuelga por todos lados; una vez abrochado, el cinturón le llega a las rodillas y los pantalones se le caen, de modo que tiene que aguantárselos con una mano. Se mira al espejo con cara desganada. Nunca ha sido un hombre presumido, pero entre no serlo y parecer un pingajo hay un trecho lamentable.

Hace tiempo que Papá Noel está en crisis. El detonante fue un día en el que, mientras ejercitaba a sus renos, un chiquillo burlón lo señaló con el dedo: “¡Ahí va! ¡Un hipster en trineo!”

Debería afeitarse la barba. Lo piensa desde que vio que los modernitos empezaron a dejársela. También debería haberse probado el traje sin esperar al último momento. Si lo hubiese llevado a una costurera, en pocos días lo hubiese tenido a punto. ¿Por qué no lo ha hecho? Porque vive en la desidia.

Debería reinventarse, buscar un nueva ocupación. Pero a su edad, tras haber dedicado toda la vida a repartir juguetes, ¿qué trabajo va a encontrar? El último contratiempo es que no le han renovado la licencia de los renos. Las organizaciones animalistas están en contra de que los utilice; se estresan, dicen. Sin sus renos, ¿cómo va a repartir esta Nochebuena los regalos?, medita mientras entra en la cocina, coge un bote de fabada Litoral y lo abre.

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